TRAS varios meses de intensa preparación, la formación Podemos, que sorprendió a propios y extraños en las pasadas elecciones europeas al lograr un millón doscientos mil votos, culminó ayer su proceso constituyente con la elección tanto de su secretario general -obviamente, Pablo Iglesias- como de su consejo ciudadano, el órgano de dirección. Tras el acto de ayer en Madrid, puede decirse que Podemos ha pasado ya a ser un partido político más, sobre todo porque ha olvidado por el camino algunos de sus tics iniciales y se ha constituido a la medida de una formación clásica, eso sí, con algunos matices dignos de mención. En el proceso final, más de 95.000 simpatizantes han aupado a Pablo Iglesias a la secretaría general. La arrolladora influencia del carismático y mediático líder -un desconocido para muchos hace apenas unos meses- puede medirse en ese 90% de apoyo que ha obtenido entre las bases en el atípico proceso, en el que han participado algo más de cien mil personas. Hasta aquí, la evidencia de que la formación que amenaza con acabar con el bipartidismo en el Estado español es ya una realidad en el plano práctico: un partido al uso, con un líder y una ejecutiva formada por 62 cargos. En palabras del propio Iglesias, Podemos ya “no es un experimento político”. Es, sin embargo, ahora cuando el nuevo partido -como todos- deber enfrentarse a la realidad. Hasta el momento, y también durante la campaña de las europeas, Podemos supo navegar de forma muy inteligente entre la ambigüedad, el populismo, la ortodoxia clásica de la izquierda y unas formas inusuales y muy eficaces de comunicación, presentándose como la única alternativa tanto a los recortes derivados de la crisis económica como a la corrupción galopante en el Estado, señalando de forma generalizada como responsables al resto de partidos, tachados de “casta”. Tras los excesivos radicalismos iniciales, los responsables de Podemos han ido modulando algunos de sus postulados, suavizándolos. Es ahora cuando debe matizar y concretar realmente sus propuestas. Suena bien, por ejemplo, su definición de España como “un país de países, un país de naciones” y su apelación a iniciar “un proceso constituyente para abrir el candado del 78 y poder discutir de todo”, pero habrá que ver a sus propuestas negro sobre blanco y su capacidad real para llevarlas a cabo. En cualquier caso, bienvenidas sean.