NI las prohibiciones ni el recurso al miedo ni las amenazas explícitas ni el hecho evidente de que no se trataba de un referéndum en toda regla evitaron que la ciudadanía de Catalunya se pronunciase ayer en las urnas. Más de 2.250.000 personas tomaron parte en el proceso participativo celebrado ayer como alternativa a la consulta vetada por el Tribunal Constitucional tras los recursos del Gobierno español. Unas amenazas que no cesaron durante la jornada de ayer y hasta los jueces tuvieron que dejar sentado que retirar las urnas -como pedía la denuncia presentada por UPyD- hubiese sido “desproporcionado”. Con todos estos condicionantes, a los que hay que añadir la imposibilidad de realizar una campaña al uso así como todas las invocaciones del Gobierno español a que se trataba de un “simulacro” ilegal y sin validez alguna, el proceso participativo se desarrolló en un ambiente festivo, sin apenas incidentes y con miles de personas haciendo cola ante los centros de votación. No cabe duda de que el desarrollo de la jornada y la masiva participación ciudadana -que tuvo un comportamiento ejemplar- convierten el acto de ayer en un éxito organizativo y de iniciativa política de primer orden. En este sentido, Artur Mas, que había recibido reproches de propios y extraños e indicaciones radicalmente opuestas sobre cómo actuar, ha sabido encauzar de manera inteligente el proceso y ha logrado un equilibrio nada sencillo a priori entre el logro del hito de que se exprese la voluntad de los catalanes, el respeto debido de la ley y la canalización de la lógica indignación de los ciudadanos, con quienes se había comprometido a darles la palabra. Tras el éxito de la jornada, Mas recupera la iniciativa política y se carga de razones y votos para plantear lo que a pie de urna, y anoche al valorar la participación, esbozó: “Queremos votar la consulta definitiva y con todas sus consecuencias, nos lo hemos ganado”, afirmó. Pero la victoria que arroja la participación ciudadana en las condiciones ya descritas supone también un gran reto, el de su gestión. La inteligencia demostrada por Mas debe ahora volcarse en el siguiente paso, el del diálogo y la negociación para conseguir que los catalanes puedan pronunciarse libre y democráticamente en una consulta legal, pactada y definitiva. El Gobierno español debe escuchar el mensaje, el clamor, de la sociedad catalana.
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