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Piedras en el camino

Resulta llamativo y difícil de entender el poco interés, e incluso las trabas, que el Gobierno español pone a la denominada ‘vía Nanclares’ y a los encuentros de víctimas y victimarios

EL testimonio publicado ayer por DEIA de un expreso de ETA y el hijo de una víctima de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, protagonistas de la experiencia de encuentros entre personas que han renunciado a la violencia y quienes la sufrieron más de cerca, aporta un rayo de esperanza sobre lo que puede ser el futuro de este país, tan necesitado de restañar heridas y de construir puentes entre sectores sociológicos e ideológicos enfrentados durante décadas de la forma más cruel. Las palabras de Iñaki García Arrizabalaga, víctima del terrorismo, y del exmiembro de ETA Fernando de Luis Astarloa, su conversación, pone sobre la mesa la cuestión clave del factor humano, el de la existencia de personas que han sufrido y que han hecho sufrir, pero que deben convivir en un mismo país, en su país. Arrizabalaga y Astarloa son los pioneros de una experiencia de encuentro entre víctimas y victimarios, y por ello, se convierten en la señal que indica el camino a seguir para salir del túnel en el que la violencia metió a los vascos. Y lo son porque su relación está basada en la palabra, en el intento de comprender y aceptar las ideas de quien se sienta en frente, en el rechazo a la imposición y en la convicción de que no se debe olvidar el pasado, pero que este no puede hipotecar el futuro. Es por ello que resulta especialmente llamativa la postura del Gobierno español de poner trabas a estas experiencias, cuando el propio Iñaki García Arrizabalaga señala que son varias las víctimas que se han dirigido a él, interesándose por la posibilidad de mantener contactos con exmiembros de ETA que han decidido rechazar la violencia y reconocer el daño causado. Al igual que es difícilmente explicable que desde el Ejecutivo de Mariano Rajoy se practique el doble juego de alabar, por un lado, la denominada vía Nanclares, mientras que por otro pone trabas a los beneficios penitenciarios para los presos que han optado por este camino. El Partido Popular se mueve, una vez más, en un cálculo político cortoplacista y su máximo líder no demuestra la capacidad y altura de miras que un mandatario debe acreditar para poner fin de forma ordenada y definitiva a un fenómeno violento que ha marcado su agenda durante años. De nuevo, la sociedad en general, y personas como Arrizabalaga y Astarloa en particular, camina muy por delante de algunos políticos, ávidos únicamente de votos.