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Destruir el Estado Islámico

El presidente Obama, empeñado hasta ahora en poner fin a la intervención estadounidense en Irak y Afganistan, al final de su mandato compromete a su país y a sus aliados en una operación de final incierto

EL presidente estadounidense ha anunciado esta semana la decisión de combatir hasta la destrucción el Estado Islámico, el grupo terrorista yihadista que controla amplias áreas de Irak y Siria, donde ha declarado la creación de un califato. Obama se siente seguro, pues es consciente de la brutalidad de las actuaciones del EI y, sobre todo, de la honda impresión que las imágenes brutales del degollamiento de dos periodistas norteamericanos han causado en la opinión pública de su país. Ello le permite argumentar que el EI se ha convertido en un infierno para el pueblo en Irak y Siria, así como en una amenaza para los Estados Unidos y sus ciudadanos, e involucrar a su país en una nueva aventura militar fuera de su territorio. De esta manera, Obama, Nobel de la Paz por su anuncio de poner fin a los conflictos iniciados por su antecesor, George Bush, en Afganistán e Irak, compromete a las fuerzas armadas estadounidenses en una aventura bélica cuyo final y consecuencias son completamente imposibles de adivinar, más allá de los efectos en la economía de su país. No se puede olvidar que el presidente se ha empeñado en marcar diferencias con respecto a los conflictos citados y para ello ha insistido en dos argumentos. Por un lado, ha asegurado que sus tropas no combatirán en tierra y que su actuación se limitará a organizar ataques aéreos de apoyo, facilitar armamento y entrenamiento a las tropas que combaten contra el EI, y asegurar ayuda humanitaria a la población que está sufriendo los ataques de éste. Pero no ha explicado cómo podrá asegurar, sin hacer uso de tropas terrestres, los avances que la fuerza aérea pueda lograr. Por otro lado, ha desplegado su diplomacia para conformar una gran coalición de aliados en Europa y Oriente Medio, especialmente entre los países árabes, para que sean ellos quienes luchen por su propia seguridad. Sin embargo, no ha sido capaz de obtener el apoyo expreso de sus congresistas, quienes en vísperas de nuevas elecciones no quieren comprometerse con una operación de final incierto. Por último, parece seguro que logrará el apoyo de sus aliados de la OTAN, aunque la opinión pública del viejo continente le exigirá el respaldo de las Naciones Unidas, con cuyo mandato debería contar cualquier acción militar que se inicie en un país extranjero.