LA composición de la nueva Comisión Europea (CE), el gobierno de la Unión, que hizo pública ayer su presidente electo, Jean Claude Juncker, plasma en la práctica de la toma de decisiones el acuerdo entre las grandes corrientes políticas que situó al propio Juncker al frente de la CE y al socialdemócrata Martin Schulz en la presidencia del Parlamento Europeo, cámara que a buen seguro refrendará antes de final de mes la composición del Ejecutivo comunitario. Sin embargo, ese nuevo gobierno también constata otra realidad pese al esfuerzo de Juncker por aclarar que otorga las carteras a personas y no a los países a los que estas representan: el desplazamiento del eje de la Unión Europea hacia el Este, con nada menos que cuatro vicepresidencias para Bulgaria, Estonia, Eslovenia y Letonia y otras siete carteras para Croacia, República Checa, Hungría, Lituania, Polonia, Rumanía y Eslovaquia. Dicho desplazamiento, que tiene traducción en una pérdida de peso político evidente en la representación del Estado español, lastrada por la elección de Arias Cañete como candidato a comisario, conllevará el desequilibrio de que el gigante alemán potencie su área de influencia directa, también ideológica, y por tanto su ya nítida capacidad de control y decisión dentro de la UE. Para tratar de compensarlo y en virtud del consenso con los socialdemócratas que ya llevó al Consejo a nombrar a la italiana Federica Mogherini como Alta Representante de la UE para la Política Exterior y vicepresidenta de la Comisión, Juncker ha dejado la cartera económica en manos del ex ministro socialista francés Pierre Moscovici, matizando dicho nombramiento, eso sí, con la vicepresidencia del conservador finlandés Jyrki Katainen en empleo, inversión y competitividad. Que toda esa política de equilibrios tenga algún efecto en “acercar la UE a los ciudadanos”, como el presidente electo de la Comisión dice buscar, se antoja de gran dificultad, casi tanta como la pretendida lucha contra el exceso de burocratización, imposible con un total de veintisiete carteras. Pero lo verdaderamente relevante es su efectividad a la hora de responder a la masiva reclamación de la ciudadanía europea, que en palabras del propio Juncker se centra en una economía que funcione, “empleos sostenibles y más protección social”. Todo lo contrario de lo realizado bajo la presidencia de Durao Barroso por la Comisión Europea.