El presidente del Imperio, Barack Obama, negoció con los talibanes la liberación del sargento Bowe Bergdahl, secuestrado por los terroristas, a cambio de cinco prisioneros detenidos que llevaban sin juicio diez años en Guantánamo. O sea que el amo del mundo es capaz de negociar con el diablo si con ello libera a un compatriota que defiende la libertad y la democracia a favor de un país mísero como Afganistan. Quizá esta decisión de Obama podrá servir de enseñanza a los que creen que negociar es síntoma de debilidad y que para demostrar fortaleza hay que ser rígidos y crueles. La prensa de occidente da la noticia con el calificativo de terroristas a quienes defienden su patria de la invasión extranjera. Por el contrario, al soberbio y prepotente gendarme del mundo que invade otro país para imponer su imperio se le llama demócrata y adalid de la libertad. Nótese la importancia de la semántica: los talibanes son terroristas que secuestran, USA detiene, o sea, hasta en el idioma desarrollan una faceta de la guerra psicológica que contiene una estrategia para dinamizar adecuadamente a la opinión pública. La noticia sorprendió en el Congreso de USA, pues hasta ahora era impensable que se pudiera poner de rodillas al ejército más potente del mundo para hallar soluciones sin el uso implacable de la fuerza. Parece que el asunto no está del todo claro, pues voces críticas consideran que el sargento liberado en realidad desertó y se pasó a los talibanes. Los republicanos aprovecharon para criticar la decisión del presidente, pero por lo bajinis aplaudieron que hayan decidido saltarse la ley si conviene para evitar el desprestigio de la patria. Cuántos sufrimientos se podrían evitar si hubiera políticos imaginativos que tuvieran una escala de valores racional y desoyeran el fanatismo. Parafraseando a un clásico: “USA es quizá de todos los países el que más ha unido la crueldad con el ridículo”.