SOS: problemas con el castellano
Sobre un lienzo, utilizando toda una gama de colores, el pintor articula el pincel hasta culminar su obra. Pintado el cuadro, el artista podría describir perfectamente el número y cantidad de óleo empleado. En cualquier caso, pinte mejor o peor, el pintor nos mostraría, tras emplear el material, una obra de menor o mayor tamaño. Igual ocurre con las treinta letras del alfabeto castellano. El pueblo y la clase política disponen del mismo número de letras para componer la realidad. Incluso sin la ñ, todos estamos en idéntica posición ante la sinceridad. Al pueblo se nos exige articular el alfabeto en términos de constante compromiso y responsabilidad. Obligado, mediante el juego de treinta letras de determinada manera dispuestas, el ciudadano se ve abocado a compromisos de distinta índole para cobrar una subvención o una ayuda. El ciudadano vive en un marco estricto de exigencias al que nunca se opone: pagar impuestos, ejercer correctamente su trabajo si lo tiene, cumplir las ordenanzas, son requisitos esenciales de un pueblo que se rige por una normativa precisa redactada con treinta letras. Una diferencia básica separa el rol de ciudadano del rol de político: la propiedad del dinero. El ciudadano es dueño de su dinero, el político no es dueño del dinero público. El ciudadano, por tanto, puede gastar su patrimonio sin rendir cuentas, salvo excepcionales casos, cosa imposible para un político, que siempre debería explicar minuciosamente en qué gasta cada céntimo de euro. A través de treinta letras bien ordenadas, el ciudadano puede expresar que se ha equivocado en una inversión; sin embargo, ni explicándolo con todo lujo de florituras linguísticas es eximido de la responsabilidad añadida a su error, pudiendo llegar al embargo de todos sus bienes y acabando en la más absoluta de las miserias. Con idéntico número de letras, un político expresa un error en una inversión que nos deja a todos sin dinero y sin obra, y a continuación todos los ciudadanos echamos mano al bolsillo y rellenamos las arcas públicas, en forma de nuevos impuestos, para compensar el error político, sin que dicho error tenga consecuencias para el político ni para su partido. Algo extraño ocurre con el alfabeto.