Una vez más el electorado va a ser llamado a la cita con las urnas durante la jornada de hoy para elegir los representantes que comprondrán el próximo Parlamento Europeo. El ciudadano va a dar, con su voto, carta blanca una vez más para que en cuatro años, lo que se le promete sea incumplido, como todos hemos podido comprobar sistemáticamente. La democracia directa, en la que debieran tener cabida las consultas a los ciudadanos en temas vitales, queda en la mera utopía. Los poderes fácticos se han servido de la democracia para someter a los pueblos durante los últimos siglos. Durante un tiempo tocamos, aunque nada más que con la punta de los dedos, antes de producirse la dura crisis que vivimos ahora, el estado de bienestar por la vía del consumismo progresivo y abusivo, porque aquello estaba muy lejos de ser el resultado de la conquista de la sociedad justa como consecuencia de la distribución solidaria y equitativa por el control de riqueza por el trabajo. Pero sin ninguna duda y a pesar de esta situación ficticia que se ha desmoronado dramáticamente sin que apreciemos síntomas de oposición contundente, existe una nueva cultura en la que se ha instalado el conservadurismo individual que hace imposible la reacción colectivamente organizada para evitar el desastre, entre otras razones porque conservadurismo significa también cobardía, conformismo y, fatalmente, mansedumbre y entrega.