LA configuración del V Mapa Sociolingúístico del euskera ha permitido confirmar la vitalidad de nuestra lengua así como el crecimiento sostenido del número de euskaldunes en las últimas décadas. Y ello permite aspirar al horizonte de su recuperación prácticamente total en el insospechado paréntesis de cincuenta años, los que van desde 1981, año del inicio de la reeuskaldunización de una sociedad en la que los hablantes en euskera eran ya minoría, y 2031, fecha para la que de mantenerse la actual proyección, más del 70% de la población menor de 55 años será euskaldun. Sin embargo, este verdadero éxito no es óbice para que los datos estadísticos también reflejen alguna paradoja. No es, en cualquier caso, la menor la del aumento del porcentaje de euskaldunes por encima del 14% cuando la población total apenas ha crecido un 1,7% con una notoria afluencia de inmigrantes, lo que se resume en que mientras la población de la CAV apenas ha aumentado en 38.000 habitantes desde 1981, cuenta hoy con 318.000 euskaldunes más. Es, sin lugar a dudas, la prueba de que los mecanismos de euskaldunización de los nuevos vascos y la propia apuesta de la sociedad vasca por el modelo D, íntegramente en euskera, para la educación de sus hijos; funcionan -de cada diez euskaldunes menores de 30 años, seis son euskaldunberris- a pesar de las lagunas que, evidentemente, también se detectan. Esa evolución también tiene su efecto en la segunda paradoja que se refleja en el análisis, la del uso del euskera en el hogar, que no ha aumentado -en realidad ha caído unas décimas- ni mucho menos en la proporción que del aumento de hablantes del euskera podría deducirse. Esto podría conllevar el peligro de una cierta oficialización por la que la extensión de su conocimiento iría ligada al uso en virtud de las necesidades públicas o académicas, excluyendo el plano íntimo del que surge, conviene no olvidarlo, la creatividad que mantiene viva una lengua y permite su evolución. Y es en ese ámbito íntimo del hogar, al que los impulsos académicos y oficiales llegan en todo caso amortiguados, en los que debe centrarse el esfuerzo público, especialmente cuando el euskera libra ya en este siglo XXI una batalla desigual con las nuevas tecnologías y la concentración global de medios de comunicación.
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