LA aprobación en referéndum el domingo en Suiza, por un exiguo margen -50,3% a favor y 49,7% en contra con una participación de casi el 57% del censo- pero con mayoría también de sus 26 cantones, del regreso en tres años al sistema de cuotas de entrada de extranjeros en la Confederación Helvética, imperante hasta los acuerdos bilaterales firmados por Suiza y la Unión Europea en 1999, cuestiona una de las libertades fundamentales de la UE, la de la libre circulación, y por tanto abre un interrogante de futuro que se extiende más allá de la relación entre Berna y Bruselas. El referéndum y su resultado pueden sorprender, pero no extrañar. Suiza -en contraste evidente con otros estados, como el Español- posee la muy democrática costumbre de apelar al derecho a decidir de sus ciudadanos ante innumerables asuntos. Y los suizos ya habían mostrado sus reticencias ante la UE por dos veces en sendas votaciones, el 6 de diciembre de 1992 al rechazar la pertenencia y el 4 de marzo de 2001 al negarse, con el 76% de los votos, a la adhesión; lo que sin embargo no les impidió votar a favor de la inclusión en el Tratado de Schengen (con el 55% de los votos) en 2005, formar parte de la Alianza Europea de Libre Comercio y ser parte del Espacio Económico Europeo. Ahora bien, el establecimiento de cuotas de admisión rompe el primero de los diez tratados bilaterales firmados con el fin del siglo pasado por Suiza y la UE, que incluyen una cláusula guillotina por la que el incumplimiento de uno solo de sus principios supone la ruptura global de los acuerdos. Y no siendo Suiza uno de los 28 miembros de la UE, sí es, sin embargo, lo más parecido a uno de ellos, hasta el punto de que incluso participa en el pago del presupuesto de la Unión. En consecuencia, una posible ruptura entre Berna y Bruselas por incumplimiento de una de las libertades básicas de los Tratados de la Unión Europea tendría consecuencias más allá de la propia Suiza, de las que no es la menos importante el riesgo de un efecto dominó. Ya ayer en Italia y Francia la derecha extrema de la Liga Norte y el Frente Nacional de Le Pen abogaron por seguir el ejemplo y cerrar las fronteras a los trabajadores de otros países, discurso que incluso de modo más fácil que en Suiza se alimenta demagógicamente de los problemas de cohesión y lejanía de los ciudadanos que arrecian en la UE, agravados por el paulatino abandono del modelo social europeo a raíz de la crisis.