LA certificación por la patronal vasca, Cebek, de que la crisis económica ha sido superada o, en la literalidad de sus palabras, "ha pasado ya" y sus previsiones de un crecimiento económico del 1% para el recién iniciado año -2013 aún se ha cerrado con una contracción del -1,2% del PIB- suponen un necesario aldabonazo en la confianza de la sociedad y de la propia clase empresarial, aún mermada por el lento ritmo de la recuperación. Sin embargo, incluso la caída de ese índice de confianza empresarial-apenas el 21% de las sociedades creen que su situación mejorará en el actual ejercicio- en el último trimestre de una crisis que entre 2008 y diciembre de 2103 ha hecho desaparecer un total de 3.682 sociedades, 719 de ellas el último año, parece abonar la teoría de un 2014 esperanzado por cuanto retoma la tradición conservadora de los inicios de año y denota un cierto grado de austeridad, imprescindible para consolidar lo que solo es el inicio del reimpulso económico, aún dependiente de la evolución de la Unión Europea y especialmente de los mercados de Francia y Alemania. El principio del final de la crisis no significa, en cualquier caso, inmediata bonanza económica, tampoco una mejora en la jibarizada capacidad adquisitiva del ciudadano medio, que se constata en el aumento de la brecha salarial y el paulatino empobrecimiento de la clase media, que se acentuará con la recomendación de la patronal de congelar, un año más, los salarios. Y mucho menos tendrá reflejo en una reducción significativa del paro. Aunque el ministro de Economía español, Luis de Guindos, pretenda lo inaudito, que la economía estatal vaya a lograr una creación de empleo nunca antes obtenida cuando las previsiones de crecimiento económico no han superado el 1%, como es el caso del Estado español, en un apartado socialmente tan sensible es de exigir mucha más prudencia. No en vano incluso en una economía como la vasca, mejor situada que la estatal, todavía el 21% de las empresas prevén reducciones de plantilla aunque el 71%, apuesten por mantener su ratio de empleados. En definitiva, los buenos augurios lo serán si se traducen a la práctica económica con la imprescindible cautela y moderación. También en las exigencias empresariales.
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