La realidad del sida
Los avances, sociológicos en el ámbito de la desestigmatización y terapéuticos para el control de la misma, no permiten la más mínima laxitud frente a la enfermedad ni en el ámbito de la prevención ni en el mantenimiento de las políticas públicas
VEINTIOCHO años después de la constatación en 1985 del primer caso de infección en Euskadi por el VIH, cuya existencia apenas se había dado a conocer en EE.UU. cuatro años antes, la enfermedad parece haber superado en nuestra sociedad aquel estadio inicial de temor y estigma, de discriminación padecida por los primeros afectados -no ajena a su inicial relación directa con la drogadicción que, sin embargo, hoy es la tercera causa de infección tras las relaciones homosexuales y heterosexuales-. La intensa, difícil y muchas veces mal comprendida labor de las asociaciones de apoyo, especialmente en aquellos primeros años, y las campañas públicas de concienciación y tratamiento sanitario, en las que la Sanidad vasca ha asumido desde sus competencias un papel de vanguardia en la aplicación de las directrices internacionales que Naciones Unidas ha diseñado y asignado a los Estados, incluyendo la aplicación de los nuevos tratamientos que, desde 1996, se han desarrollado en el control de la infección, han posibilitado el enorme avance que supone una reducción de la mortalidad del 92% en los últimos quince años. Un buen ejemplo de todo ello es el reciente décimo aniversario de la sala de consumo supervisado o narcosala de Bilbao, experiencia pionera en el Estado y a nivel europeo. Sin embargo, las cinco mil personas en tratamiento en Euskadi en la actualidad, los 35 fallecimientos de 2012 y especialmente los dos mil casos sin diagnosticar que calculan los expertos revelan que los avances, tanto sociológicos como terapéuticos, no permiten que la asunción de la auténtica realidad del sida conlleve la más mínima laxitud en la lucha frente a la enfermedad y más concretamente en el ámbito de la prevención. Mucho menos que la crisis económica tenga traslación a las políticas frente a la misma, tal y como en alguna medida viene sucediendo en el Estado español tras la desaparición hace dos años de la Secretaría de la Plan Nacional sobre el Sida. No en vano, Euskadi presenta al año 8,2 nuevos casos por cada 100.000 habitantes, media inferior a la del Estado -cuando inicialmente presentaba una de las tasas más altas-, pero no ha conseguido aún rebajar la cifra de las 180 infecciones anuales, por encima de los 6,3 casos por cada cien mil habitantes de la Unión Europea.