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Lecciones escocesas

El proceso de independencia de Escocia ofrece un diseño digno del siglo XXI a otras naciones que aspiran al Estado propio, tanto por su raíz democrática como por superar el debate identitario o histórico por el de la mejora de vida de sus ciudadanos

LAS 670 páginas del White Paper (papel blanco), que presentó ayer el Gobierno escocés presidido por Alex Salmond, con respuestas a 650 preguntas sobre el referéndum a celebrar el año que viene en Escocia respecto a su independencia resumen la evidente ruptura del proceso escocés con fórmulas anteriores de desarrollo de procesos independentistas. Ruptura que, sin embargo, ofrece un diseño digno de sociedades desarrolladas del siglo XXI a otras naciones que aspiran a un Estado propio. Lo ofrece, en primer lugar, porque confirma sus profundas raíces democráticas en contraste con actitudes que, como en el caso del Estado español, son refractarias a presentar cauces de resolución a aspiraciones nacionales y derechos colectivos. Por ejemplo, no ya al permitir Londres la celebración de la consulta sino al recurrir para hacerlo al único cauce legal de la cesión de potestad de convocatoria del Parlamento de Westminster al Parlamento de Edimburgo. O, por otro lado, al no recurrir este a la nacionalidad como requisito de participación -podrían votar 800.000 nacidos escoceses no residentes en Escocia- y optar por la residencia, lo que otorga derecho a voto a 400.000 no escoceses residentes en un país con 5,3 millones de habitantes, pero circunscribe a este la consulta. También, por ejemplo, al mantener la prosaica apuesta por el área económica de la libra esterlina y al tiempo los emocionales lazos con la corona británica. Lo ofrece asimismo porque supera el aspecto identitario del debate -aunque subyace en todo el proceso- que en otras ocasiones, como fue el caso del referéndum de Quebec de 1995, quebró in extremis la aspiración nacional por el temor a sus consecuencias socio-económicas. Y lo ofrece finalmente porque, en base a esos principios, el proceso escocés no pretende demostrar ni reforzar la legitimidad histórica de su consideración nacional -por otro lado de difícil cuestionamiento-, sino la viabilidad futura de la misma para mantener y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, precisamente quienes van a tener el derecho y la responsabilidad de decidir, en base a sus recursos y capacidades como país, algo que Alex Salmond resumió ayer en una frase: "No buscamos la independencia como un fin en sí mismo, sino más bien como un medio para el cambio a mejor".