LA normalización en Euskadi de la convivencia política, también social, una vez finalizada la violencia de ETA que durante décadas las ha minado y cuando se intuyen indicios de superación de las consecuencias del errado y dramático recurso a las armas y del tantas veces indiscriminado uso de la fuerza por los aparatos del Estado, precisa de un nuevo discurso superador de lo que se ha venido a denominar, nada inocentemente, la batalla del relato. No se trata de negar ni relativizar la realidad del drama, de las innumerables tragedias que en toda su intensidad la injustificada violencia de ETA ha causado durante medio siglo. Ni de minimizar las que amplias capas de la sociedad vasca han padecido asimismo durante décadas como consecuencia del injustificable soslayamiento o directa conculcación de las garantías democráticas en su persecución. Ni de la manida equidistancia. Se trata de construir lo que Sara Buesa, hija de Fernando Buesa, denominó ayer "una memoria plural y compartida, pero con verdad y justicia y no manipulada". De que, como señala Edurne Brouard, hija de Santi Brouard, la sociedad vasca y las propias víctimas de la violencia, de las violencias, se reconozcan "en el dolor del otro" porque unos y otros conocen "el sufrimiento de cualquiera que haya tenido que afrontar esta situación". De interiorizar que si el origen de la violencia es ideológicamente distinto, irreconciliable de raíz incluso, y por tanto sus víctimas totalmente diversas, especialmente en cuanto a sus posiciones políticas y hasta en su modo de afrontar el final de la violencia, las consecuencias que ha causado esta, el drama, el dolor, son tan humanamente idénticas que, como dice Rosa Rodero, la mujer de Joseba Goikoetxea, exige "hacer ese recorrido juntos porque si somos capaces, los demás también lo pueden hacer". Porque solo desde el perdón -ese "creo que se podría pedir perdón, nadie nos ha venido a pedir perdón, pero yo perdono, ¿eh?" del hijo ertzaina de Joseba Goikoetxea- pueden las víctimas, en toda su diversidad, reconocerse en el dolor, solo desde ese reconocimiento en el otro, que dice Edurne Brouard, se puede realizar el recorrido conjunto que plantea Rosa Rodero hacia la normalización y solo así se puede pretender la memoria plural y compartida de verdad y justicia que apunta Sara Buesa y que es sustrato indispensable de la convivencia.
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