LA catástrofe natural que ha arrasado Filipinas, con más de 12.000 personas muertas, ha coincidido con la celebración en Varsovia de la nueva Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático. No es fácil demostrar con absoluta certeza la relación directa de causa-efecto entre el cambio climático y un fenómeno devastador como el tifón Haiyan, pero cientos de científicos vienen advirtiendo desde hace años de los efectos en la naturaleza que pueden derivarse del cambio climático y el calentamiento global impulsados por la emisión de gases de efecto invernadero. De hecho, las sucesivas cumbres internacionales sobre el clima y los sucesivos informes de la ONU ya venían anunciando que fenómenos como el calentamiento de los polos y el aumento de la temperatura de los océanos iban a provocar graves alteraciones naturales. El encuentro de Varsovia debe asumir de una vez por todas que el camino que se inició en 1997 en Kioto no puede tener vuelta atrás y que, como afirmó entre lágrimas el delegado filipino, el tiempo juega en contra de millones de personas. Y la primera obligación de los 190 países reunidos es vincular a los principales emisores de gases contaminantes, que son también los más reacios a asumir compromisos para reducir sus emisiones. Ni EE.UU., ni China, ni India han estado hasta ahora dispuestos a asumir sus responsabilidades internacionales -además de que países como Japón, Canadá o Rusia han abandonado la agenda que apoyaron inicialmente-, más preocupados por mantener los ritmos productivos de sus aceleradas industrializaciones. En realidad, se trata también de una cuestión de convicciones políticas y éticas: las graves consecuencias sociales, culturales y económicas que pueden derivarse del cambio climático exigen un modelo de desarrollo humano desde los valores del bienestar natural antes que desde el simple máximo beneficio. El aumento de las temperaturas, las olas de calor y de sequía o los periodos de lluvias torrenciales e inundaciones, la pérdida del hielo en los polos y el incremento de los niveles del mar, son solo algunas de las realidades que van a acompañarnos los próximos años, y la lucha para paliar y reducir los efectos de todo ello exige pasar de la concienciación a la acción efectiva y real. De lo contrario, Filipinas será, con el tiempo, solo otro desastre natural más.