LOS recortes presupuestarios, con solo 190 millones consignados para 2014 por el Ministerio de Fomento, la variación del diseño, con la inclusión de tramos no propiamente de alta velocidad, y la ralentización en la ejecución de las obras en la Y vasca, que llevan a calcular el final de las mismas con un retraso de 6 años -para 2022 y no para el previsto 2016- acrecientan los interrogantes sobre un proyecto esencial para el desarrollo socioeconómico de Euskadi, sus relaciones internas y su conexión con Europa. Dichas dudas, además, se ven reforzadas por la ausencia de respuesta por el Gobierno Rajoy al ofrecimiento del Gobierno vasco de asumir, con su correspondiente traslado al Cupo, las obras de dicha infraestructura a realizar aún por el Ejecutivo español en Bizkaia y Araba o a la petición conjunta de Euskadi y Aquitania a Madrid y París para acometer y agilizar la conexión interregional a través de las líneas de Tren de Alta Velocidad (TAV). Son dudas que, sin embargo, deben ser resueltas de inmediato. Y no solo porque dotar a la Euroregión que conforman Euskadi y Aquitania de la columna vertebral que supondrá el TAV la convertirá en eje europeo y conexión indispensable con el Arco Atlántico, sino porque la culminación del proyecto ejercerá, además de como vía de transporte reconocido por la Unión europea como "eje estratégico", de propulsor económico. Su capacidad tractora, imprescindible para un sector de la construcción ahogado por la crisis económica, se expandirá en la parte final del proyecto a una industria vasca bien situada en el sector de bienes de equipo y, más concretamente, en el ámbito ferroviario. Y permitirá profundizar en la actual Agrupación Europea de Coordinación Territorial (ACTE) Euskadi-Aquitania, sin olvidar el efecto vertebrador que el TAV ejercerá entre Hegoalde e Iparralde, y conformará definitivamente un núcleo de futuro en Europa con más de seis millones de habitantes, un Producto Interior Bruto que ya hoy supera los 160.000 millones de euros y una de las mayores extensiones geográficas de entre los polos de desarrollo de la Unión. Es decir, la inversión en el TAV con la finalización de la Y vasca y su posterior interconexión de alta velocidad hacia Aquitania no solo es clave en la conformación ferroviaria del sudeste europeo, sino también en la relación entre las dos orillas del Bidasoa, en su proyeción hacia la salida de l crisis económica y en su inserción en la nueva Europa que debe alumbrarse en este siglo XXI.