LA primera cita entre el lehendakari, Iñigo Urkullu, y la presidenta de la Comunidad Foral de Navarra, Yolanda Barcina, debe comprenderse a priori como un punto de inflexión en el vínculo entre los gobiernos de las dos comunidades de Hegoalde, llamados a mantener relaciones mucho más estrechas que aquellas a las que les habían abocado la acritud y distancia de los últimos ejecutivos navarros hacia el nacionalismo vasco y las instituciones propias de la CAV. Se trata, en todo caso, de una normalización exigible entre comunidades que, además de su historia, comparten genética socio-cultural, mantienen en el marco foral especificidades de autogobierno comparables a través del Concierto y el Convenio económicos y poseen intereses político-económicos semejantes en el mapa europeo, como muestra su integración y colaboración -junto a Aragón, Cataluña, Aquitania, Midi-Pyrenees, Languedoc Roussillon y Andorra- en el marco de la Comunidad de Trabajo de los Pirineos (CTP), cuyo plenario se celebró precisamente ayer en Iruñea tras la cita entre Barcina y Urkullu. La visibilidad de esa inflexión entre la CAV y Navarra, además, se corresponde asimismo con las relaciones y contactos que en el mismo ejercicio de los respectivos gobiernos ya se han venido manteniendo en cuestiones, entre otras las de sanidad, infraestructuras, cultura, sector primario... a las que la lógica recomienda dotar de continuidad -y de ahí la invitación de Urkullu a una devolución de visita- y profundidad en la colaboración. En ese sentido, corresponde a ambas partes superar el ámbito de la cordialidad, pero es especialmente atribuible al Gobierno de Barcina y a su partido, UPN, la labor de apartar resistencias que se antojan forzadas, si no antinaturales, y que sin embargo aún muy recientemente han condicionado ámbitos de relación entre instituciones y organismos (la captación de EITB, por ejemplo) de ambas comunidades. No en vano, la demanda de la cooperación más estrecha entre las dos comunidades políticas de Hegoalde, en beneficio de los ciudadanos de ambas, va mucho más allá de diferencias ideológicas o intereses coyunturales como los que parecen desprenderse de las circunstancias que cuestionan la imagen de Barcina en Navarra y han llevado a la soledad a su gobierno.