EL trabajo, para la gente de aquí. Sanidad para todos, sí, pero primero para los de aquí. ¿Quiénes son los de aquí? ¿Los que desde que han nacido no se han movido de su barrio? ¿Los que remontándose a una segunda, tercera o cuarta generación no han tenido que dejar su casa para buscar trabajo en otro pueblo? ¿Hay alguien que pueda decir que él, o ella, es vitoriano, alavés, vasco de toda la vida? Entonces, ¿por qué nos empeñamos en hablar una y otra vez de los de aquí y los de allí?
Un nosotros frente a un ellos que se extiende por esta vieja Europa. En Grecia, sin pudor alguno, el ahora investigado Amanecer Dorado ha repartido comida y artículos de primera necesidad, solo entre los que pudieran demostrar que eran de allí. Francia respalda a su presidente y este a su ministro de Interior en la expulsión de una familia gitana con el argumento de que lo único que fallaron fueron las formas, que no estuvo bien que una joven de 15 años fuera detenida, para ser deportada, en horario escolar y con sus compañeros como testigos. En Italia ayudar a un inmigrante puede llevarte a la cárcel. Aquí, partidos que concurren a las elecciones defienden que si hay cuatro millones de parados lo que sobran son cuatro millones de inmigrantes. Y no pasa nada.
Tampoco ayuda que desde el ayuntamiento anuncien un plan en defensa del comercio local tradicional, del comercio de los de aquí, que pone la mirada solo en bazares chinos, locutorios y kebabs, en los de allí.
Cierto es que las crisis alimentan los temores, que solo hace falta que nos den una oportunidad para demostrarlo, pero debemos poner diques a ese monstruo que llevamos dentro, y hacer lo posible para que no despierte y se alimente de nuestros miedos. Porque todos los de aquí alguna vez hemos sido de allí. Porque antes de ser nosotros hemos sido ellos.