LA operación contra Herrira y todo lo que la está rodeando nos sitúa en medio de un panorama cuya escenografía y discursos nos retrotraen a momentos que deben quedar atrás. Con la acción del Ministerio del Interior, a través de la Fiscalía de la Audiencia Nacional, se sientan los mimbres de un proceso de acción-reacción demasiado conocido y suficientemente rechazado por la sociedad vasca.
Los arrestos y el despliegue policial que los acompañaron han alimentado la reacción más visceral de la izquierda abertzale, cuyos representantes más autorizados desentierran eslóganes y discursos que le sirven para alimentar la cohesión del sector más combativo de sus bases pero que le sitúan en el límite de la credibilidad de su propia hoja de ruta hacia la paz y la normalización política. Según ésta, la unilateralidad es un activo que se superpone a la falta de voluntad del Gobierno español. Es por ello que, como estrategia, debería estar blindada de convicción democrática precisamente cuando se intuye un hostigamiento al entorno de los presos. Sin embargo, a una acción de gran visibilidad y escenificación -el despliegue de la parafernalia militar de la Guardia Civil para arrestar a la estructura organizativa de Herrira- ha seguido un rearme del discurso de Sortu que, lejos de la serenidad en el análisis que ha buscado transmitir hasta la fecha, vuelca en la calle una estrategia de movilización popular de destino incierto. Con la aplicación de la teoría del entorno de ETA, Fernández Díaz ha logrado que el discurso de la izquierda aber-tzale se endurezca sin matices, lo que a su vez le refuerza argumentalmente. La exigencia por parte de EH Bildu de un "desarme represivo" de la Ertzaintza es una bofetada a la generación de confianzas. Los excesos policiales deben ser investigados y depurados, pero la calidad ética de ese discurso no se sostiene en boca de quien no es capaz de dirigirlo a ETA.
El momento ya no es de confrontación en las calles, como no lo es de represión policial o judicial, y la mayoría social de este país no va a acompañar a quien pretenda volver a él. La hoja de ruta que compromete a todos es la construcción de la convivencia, y los obstáculos son conocidos y requieren de la inteligencia política de ser sorteados, no de chocar con ellos.