Mentiras
LOS que se dedican a limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua lo definen como decir lo contrario a lo que se cree, se sabe o se piensa, como aquello que induce a error. Sibilina forma de definir lo que es la mentira, esa que se escapa de la boca de quienes tienen como misión defender nuestros intereses y se cuela en nuestros oídos, e intenta hacerlo en nuestras mentes.
Me mienten cuando no cumplen lo que prometieron cuando solo eran candidatos. Me mienten cuando llaman movilidad exterior a que miles de jóvenes, suficientemente preparados, tengan que dejar sus investigaciones y buscar más allá de nuestras fronteras un laboratorio que les acoja. Me mienten cuando me dicen que es por una cuestión de uso adecuado y eficiente que en unas semanas vamos a tener que pagar los medicamentos que nos dan en los hospitales cuando nos mandan a casa. Me mienten, y lo saben, cuando convocan a la prensa para decir que ellos nunca se han financiado de forma irregular, para llamar ayuda a lo que es un rescate pero no admiten las preguntas de esa prensa a la que han convocado.
Me mienten y me enfadan cuando me consideran un ciudadano menor de edad incapaz de entender, si me lo explican, por qué se ha tomado una decisión y no la contraria. Me enfadan cuando no tengo muy claro si apoyan o no el cierre y el desmantelamiento de la central nuclear de Garoña. Me enfadan cuando me tienen todo un verano pendiente de Gibraltar. Me enfadan cuando les pillo en sus mentiras, cuando descubro que mientras a mí me decían que había que trabajar más y cobrar menos, ellos iban acumulando y escondiendo un patrimonio con tantos ceros que mi mente no puede abarcar.
Son mentiras que parece que no tienen consecuencias. Solo parece, porque lo malo no es que me hayan mentido, lo malo es que de ahora en adelante ya no puedo creer en ellos... si es que alguna vez les creí.