SI una cosa ha dejado clara el Gobierno de Mariano Rajoy durante sus siete meses de vida es que hace y hará "lo que tiene que hacer" en una situación que día a día está pasando de ser dramática a estar a punto de convertirse en terrorífica. Con todas las alarmas encendidas dentro y fuera del Estado español debido a que todos los indicadores económicos son cada vez más catastróficos, el Ejecutivo español, una vez que se ha dedicado en cuerpo y alma a diseñar y aplicar los recortes que le exigía la Unión Europea en forma de tijeretazos, se está quedando, sin embargo, sin munición con la que afrontar la grave situación. Sobre todo, porque pese a todas las medidas que ha ido tomando los efectos reales no solo son nulos y están creando indignación en amplios sectores sociales, sino que parecen empeorar las cosas. Lo acertaba a verbalizar ayer con cierto patetismo el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, quien se lamentaba de que cada reforma que emprende su Gobierno en la que se supone que es la dirección correcta que se le está exigiendo, los mercados contestan "con una bofetada en seco". Y la situación, además, va agravándose. No es en absoluto descartable que, tras Valencia, otras comunidades ahogadas económicamente -por ejemplo Catalunya, pero a buen seguro otras irían detrás- pidan también su rescate acudiendo al fondo de liquidez para poder pagar sus deudas. Ante esta situación, el único recurso que le queda a España es encomendarse, literalmente, al Banco Central Europeo (BCE) para que acuda en su ayuda en estos momentos de acoso especulativo. El problema no es, como torpemente ha declarado el propio ministro Margallo, que el BCE sea un "banco clandestino" sino que, por una parte, la compra de deuda es legalmente cuestionable ya que el Tratado de Lisboa establece la prohibición de la adquisición directa a los Gobiernos y, por otra, porque el propio organismo no está por la labor. En palabras del presidente del BCE, Mario Draghi, el banco no está para resolver los problemas financieros de los estados. Una visión ciertamente reduccionista y, en estos momentos, anacrónica ante la gravedad de la situación. El drama es que si el BCE no toma cartas en el asunto, el rescate total de España puede estar a la vuelta de la esquina.