EL que con toda su carga social se denomina ya como caso Urdangarin sobre las actividades cuando menos irregulares y poco "ejemplares" del yerno del monarca español Juan Carlos de Borbón había despertado un inusitado y a todas luces exagerado interés -más cercano al simple morbo- sobre el contenido del anual mensaje navideño del jefe del Estado, habitualmente insulso y totalmente alejado de los intereses de los ciudadanos. Sin embargo, y por mucho que se hayan empeñado los medios de comunicación españoles, el discurso del rey sobre este asunto y otros temas de alto interés social -sobre todo la grave crisis económica y sus consecuencias sobre la población y el nuevo escenario en Euskadi tras la decisión de ETA de poner fin a su actividad armada- fue decepcionante. No cabe duda de que el monarca español estuvo obligado por las circunstancias a referirse al caso Urdangarin. Sobre todo, porque las actividades poco edificantes de un miembro de la familia real -por las que en breve podría ser imputado- han venido a poner el foco sobre la nada democrática opacidad con la que funciona la monarquía y, al mismo tiempo, amenazan con desgastar aún más la ya de por sí deteriorada imagen de esta vieja institución y de sus miembros. Pero las referencias en el discurso real fueron meros tópicos generalistas. Hablar sin concreción alguna de la "desconfianza" generalizada en la "credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones" y de "conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética" es, ni más ni menos, que intentar salir del paso sin asumir responsabilidad alguna. Muchos medios y partidos políticos han alabado que Juan Carlos de Borbón afirmara que cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley porque "la justicia es igual para todos". Una frase que, pronunciada por quien, constitucionalmente, es irresponsable de sus actos -es decir, que no responde de ellos ante la justicia- no deja de ser un sarcasmo. Sin olvidar que en Euskadi sabemos mucho de la falsedad de ese concepto de que la justicia es igual para todos. Las generalidades no sirven para casos concretos. Como no sirven sus apreciaciones y "recetas" sobre la crisis económica. O para la situación en Euskadi, donde Juan Carlos de Borbón volvió a patinar quedándose en un retórico llamamiento a ETA para la entrega de las armas. Habría bastado que, sin grandes alardes, hubiese colocado en este capítulo de la pacificación un párrafo de su propio discurso referido a la crisis: "En este ámbito a mí me corresponde, como jefe del Estado, animar a esas instancias a trabajar sumando voluntades, no restándolas; acercando posiciones, no distanciándolas; buscando avenencias, no rechazándolas. Animarles a trabajar con diálogo y altura de miras, con rigor y convicción". Hubiese sido un discurso constructivo y a la altura de las circunstancias.