EL ataque realizado en la noche del miércoles al jueves por al menos dos encapuchados a los locales de la representación de DEIA en Gernika supone un extemporáneo reflejo del intolerable talante totalitario con que elementos de lo que se denomina entorno político y social de la izquierda abertzale han tratado inútilmente de amedrentar a la sociedad vasca durante décadas. No se trata de un hecho aislado ni de una simple gamberrada de connotaciones políticas. Las características de los autores de la agresión, el modo en que se perpetró y el contenido de las pintadas realizadas son suficiente evidencia para deslegitimar a quienes pretenden restar trascendencia a este tipo de hechos o a quienes pretenden mantenerlos en la impunidad del silencio y para considerar el ataque una preocupante continuación a las pintadas que en semanas precedentes ya habían aparecido en la misma Gernika y en otras localidades de Bizkaia ensalzando la actividad violenta. En este caso, con el agravante de señalar, con alusiones tan falsas como ofensivas, a un medio de comunicación en un claro intento de coartar la libertad de expresión, la obligación de informar y la nítida posición crítica y de denuncia que, acorde con su orientación nacional vasca y su respeto a los derechos individuales, DEIA ha mantenido desde su primer número del 8 de junio de 1977 contra actitudes violentas como la que le tuvo como objetivo en la noche del miércoles. A ese respecto, cualquier pretensión desde la izquierda abertzale por soslayar, como con las anteriores pintadas, el ataque mediante el silencio o el desdén sería insostenible, además de injustificable, en quien no solo ha denunciado abierta y reiteradamente ataques a la libertad de expresión y a la obligación de informar de los medios de comunicación que le eran afines sino que ha solicitado y obtenido la solidaridad de DEIA (entre otros) cuando aquellos se produjeron. Un silencio que, además, se convierte en extremadamente peligroso por cuanto podría poner en cuestión desde algunos ámbitos la apuesta de la izquierda abertzale por las vías exclusivamente políticas y porque indudablemente alienta a quienes entre ellos todavía se resisten a abandonar la práctica de la amenaza y la coacción violentas. Unos y otros pueden y deben tener sin embargo la certeza de que tanto las actitudes de violencia como la anuencia o la indiferencia acrítica ante la misma no van a trastocar una sola letra de nuestro empeño por trasladar a los lectores la realidad, incluso cuando como en esta ocasión es tan desagradable como adversa, en virtud del derecho a informar que nos asiste y el deber que nos obliga a hacerlo desde nuestro propio criterio y nuestra convicción en que la información veraz colabora a que la sociedad vasca pueda decidir por sí misma.
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