LOS acontecimientos en el seno del tradicionalmente pétreo mundo de la izquierda abertzale tradicional parecen moverse a ritmo vertiginoso. No para la inmensa mayoría de la sociedad vasca, que lleva esperando décadas y exigiendo que se den pasos definitivos hacia el final definitivo de la violencia, pero sí para quienes están acostumbrados a no moverse de sus posiciones. Y eso es lo que parece que se está produciendo. Paso a paso, se observa una evolución en ese mundo que no tiene comparación con la de otros procesos que han tenido lugar, lo que augura que se está en el buen camino. En los últimos días, estos pasos se han visto aún con más claridad, porque vienen precisamente de los sectores más inmovilistas y recalcitrantes de la izquierda radical. La adhesión del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK) al Acuerdo de Gernika, que rechaza el uso de la violencia, la amenaza y el chantaje para el logro de objetivos políticos, supuso un buen ejemplo de lo que está ocurriendo en este nuevo tiempo. Pocos días después, irrumpió -en el mejor de los sentidos- la Comisión Internacional de Verificación, conocida como el Grupo de Amsterdam, formada por cinco acreditados expertos en la resolución de conflictos de violencia y terrorismo, cuya intervención pública supone un acelerón al proceso hacia el fin definitivo de la violencia. Máxime tras el anuncio de ETA de que colaborará con esta comisión para verificar el alto el fuego. Este grupo formado por personas que han tomado parte como mediadores en conflictos como los de la antigua Yugoslavia, Sri Lanka, Sudáfrica e Irlanda del Norte es una señal positiva de que el proceso transcurre por buen camino, más aún cuando se ha confirmado que sus miembros han tenido ya contacto con partidos políticos, colectivos sociales, sindicatos, empresarios y otros grupos de gran influencia como la Iglesia. La entrevista publicada ayer en DEIA a uno de sus cabezas visibles, Ram Manikkalingam, exponía a las claras que este grupo de expertos contempla este momento con optimismo, máxime después de que la propia ETA les haya comunicado que asume su interpretación sobre el alto el fuego: que es unilateral e incondicional. Es decir, que al menos hay voluntad y posibilidad de que sea irreversible. El último paso, hasta ahora, lo ha dado Ekin, el brazo político de ETA encargado, a través de sus comisarios políticos, de imponer las tesis de la organización armada a toda la estructura de la izquierda abertzale, que ha anunciado su disolución. La aparición de Ekin en 1999 supuso un golpe de estado del sector más intransigente de ETA y el augurio de que la tregua de Lizarra tocaba a su fin, como así fue. Su "autodisolución" puede ser, precisamente, la visualización del cambio radical que se ha producido en ese mundo con el triunfo de la política sobre las pistolas. Hoy más que nunca, es el momento de aprovechar la oportunidad de hacer irreversible este proceso.