LA iniciativa del presidente palestino, Mahmud Abbas, de llevar al Consejo de Seguridad de la ONU la solicitud de reconocimiento para Palestina y su admisión como 194º estado miembro de Naciones Unidas está lejos de ser lo que se pretende una propuesta estéril a consecuencia del anunciado veto de Estados Unidos a la misma. En primer lugar, Abbas ya ha logrado devolver al primer plano de la política internacional la causa palestina, que en los últimos meses parecía enclaustrada tras el muro levantado en los territorios ocupados por Israel. En segundo lugar, Abbas lo ha hecho sin recurrir ni dar opción al recurso a la violencia y sin perjudicar aún más, por tanto, la ya dramática situación del pueblo palestino a consecuencia del bloqueo judío. Y, al tiempo, sale de la especie de ostracismo político al que Hamás pretendía reducirle en el difícil equilibrio de poder dentro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Más aún, ya antes de que el Consejo de Seguridad trate el reconocimiento de Palestina, Abbas ha situado el conflicto de nuevo donde pretendía, es decir, no en el debate sobre su admisión en la ONU, que también, sino en una situación en la que a las grandes potencias y al Cuarteto para Oriente Medio -desaparecido en los últimos meses mientras Israel seguía con su acelerada política de asentamientos- no les ha quedado otro remedio que tratar de impulsar, a través de la propuesta realizada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, una reapertura de las negociaciones directas con Israel que el primer ministro hebreo, Benjamin Netanyahu, ha estado tratando de dilatar en el tiempo con el fin de evitar la fórmula de los dos Estados que ni Israel ni Hamás en principio desean pero que Abbas postula y la oposición israelí -o lo que queda de ella- cuando menos tolera. Abbas, en consecuencia, puede devolver el conflicto israelo-palestino a los Acuerdos de Oslo dieciocho años después de su firma y tras tres lustros (desde finales de los 90) en los que los gobiernos del propio Netanyahu y de Ariel Sharon, los han obviado; y convierte la cómoda situación en que parecía instalado Israel, con el tácito beneplácito de EE.UU., en una incomodidad evidente para ambos. Cierto es que Washington puede optar por diluir la maniobra de Abbas dilatando el proceso de toma de decisión en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero no de manera indefinida y sin que el problema golpee una y otra vez la credibilidad internacional de Obama y las alianzas estadounidenses en el mundo árabe. Y, en cualquier caso, a Abbas y a Palestina siempre les quedará el recurso de recurrir simultáneamente a la Asamblea General de la ONU, donde EE.UU. no tiene derecho a veto y Palestina cuenta con el apoyo de 127 países, lo que al menos permitiría al presidente de la ANP un triunfo menor: que Palestina pase de país observador a Estado no miembro.