LA izquierda abertzale ha necesitado treinta años y alcanzar un gobierno foral para convertir lo acaecido el 5 de febrero de 1981 en las Juntas Generales de Bizkaia, cuando los cargos electos de HB -que hasta ese día no habían acudido al legislativo- trataron de silenciar el discurso de Juan Carlos I de España con el canto reiterado y airado del Euzko Gudariak; en la consideración pública de que lo que debe imperar "es el protocolo" y el "respeto mutuo", en palabras del diputado general de Gipuzkoa, Martín Garitano (Bildu). La "bienvenida a quien venga con buena voluntad, con respeto al lugar al que llega" con que Garitano aludió ayer a la visita el lunes del heredero de la corona española al territorio histórico cuyo gobierno foral preside constituye así una muestra más del discurrir de la izquierda abertzale de la demagogia al pragmatismo. Demagogia entendida tanto como degeneración democrática no ajena al populismo que mediante la utilización de los sentimientos ciudadanos más elementales trata de lograr el poder y demagogia en el significado que se le atribuía en la Grecia clásica, gobierno dictatorial con apoyo popular, por cuanto hace tres décadas ambas eran medio y fin de la actividad política de la izquierda abertzale en su estrategia político-militar. Y pragmatismo tanto desde su significación más elemental, la búsqueda del beneficio y la conveniencia políticas, como desde la definición que de ella hizo Charles S. Pierce, creador de la corriente filosófica del mismo nombre: método para resolver confusiones conceptuales relacionando al concepto con sus consecuencias prácticas. Porque, tres décadas después, la izquierda abertzale ha acertado a comprender, por vía empírica, tras comprobar las consecuencias tanto de su antigua estrategia como de su apuesta por las vías exclusivamente políticas, que su nueva actitud le es provechosa y no duda en realizar aquello de lo que renegó y a lo que se enfrentó violentamente incluso. No se trata solo de las palabras de Garitano en asunción del papel y el respeto institucional entre gobiernos y poderes -o entre naciones- sino de los efectos que la oportunidad de gobernar ha tenido en la izquierda abertzale. Por poner algunos ejemplos, el cumplimiento de los mandatos judiciales respecto a las enseñas en edificios institucionales olvidando la crudeza y violencia de la denominada guerra de banderas; el apoyo a la fusión de las cajas tras votar en contra en 2005 y 2008; la entrada con todas las consecuencias en el proyecto de capitalidad europea de Donostia; la participación en las elecciones generales y la decisión de tomar posesión de los escaños resultantes en Congreso y Senado... e incluso sus aun cohibidas actitudes respecto a las víctimas. Todavía hay, sin embargo, en ese tránsito, dos pasos que la izquierda abertzale debe dar: incluir la desaparición de ETA en su pragmatismo y admitir el daño causado -también a los que dice sus fines- por su demagogia.