EL proyecto de fusión, inicialmente bajo la denominación de "fría" y la modalidad de SIP o Sistema Institucional de Protección, de las cajas de ahorro vascas podrá finalmente ser aprobado por las respectivas asambleas -BBK y Caja Vital el viernes 16 y Kutxa el día 23- después de que las tres formaciones políticas que en anteriores oportunidades se resistieron y opusieron a los sucesivos proyectos que buscaban la unión de las tres entidades de previsión hayan cambiado de criterio. Tanto la izquierda abertzale, que en la asamblea de noviembre de 2008 ya impidió la fusión de Kutxa y BBK al votar los compromisarios de la caja guipuzcoana afines a esa sensibilidad política contra la misma (se quedó a cuatro votos de los dos tercios necesarios) junto a PP y PSE -que celebraron con champán el fracaso de la propuesta- como estos dos partidos con su negativa a respaldar la fusión entonces y ya anteriormente, en el invierno de 2005 y en ese caso a tres bandas, han acabado por reconocer la necesidad, tal vez perentoria, de que las cajas vascas aúnen sus esfuerzos para dotar a Euskadi de un instrumento financiero de mayor potencial y competitividad en un entorno especialmente difícil debido a la crisis económica. Los matices con que se han justificado dichos cambios de criterio, desde las características de la fusión fría, que necesaria y paulatinamente se irá pese a todo calentando, al mantenimiento de la obra social y el control público, que nunca se habían puesto en duda, no son sino descargos de las posturas que hasta ahora habían hurtado al país y a la sociedad vasca una herramienta de impulso económico tanto en épocas de crecimiento como posteriormente para paliar las consecuencias de la situación mundial. Más vale tarde que nunca, sí, pero alguien debería asumir también las consecuencias de dicho retraso y siquiera admitir públicamente que las pasadas reticencias y resistencias a la fusión de BBK, Kutxa y Vital fueron un error impulsado únicamente por utilidad política y alejado del propio interés de las cajas -en realidad enfrentado al deseo de los directivos de las mismas- y del de Euskadi y que, además, ha condicionado las posibilidades de crecimiento de la que ahora será entidad resultante al no haber podido acceder como un solo sujeto financiero al proceso de redistribución y reordenación que Irala y Etxepare, entonces presidentes de BBK y Kutxa, ya anunciaron en 2005 como irremediable y que, mediante fusiones e integraciones, se ha producido en el sector durante los dos últimos dos años. Y deberían asimismo reconocer a quienes, desde las mismas cajas y desde distintos ámbitos de la sociedad vasca, han tratado de impulsar durante al menos los últimos seis años una fusión hasta sus últimas consecuencias que, además y pese a la ficción que se pretende mantener, acabará siendo el resultado final del trabajo conjunto de las cajas vascas.