EL mundo recuerda hoy los atentados que el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos dieron inicio a una nueva era en conceptos como la guerra, la seguridad y la libertad. Si el objetivo último de un grupo terrorista es subvertir el orden y hacer aflorar contradicciones en los poderes a los que ataca, habrá que convenir en que los autores de los ataques que dejaron tres mil muertos en las Torres Gemelas de Nueva York hace hoy diez años lograron en buena medida su propósito. La reacción del entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no hizo que el mundo fuera más seguro y más libre, y eso vale tanto para los países a los que se atacó para vengar los atentados y para liberarlos de los regímenes que los ahogaban, como para las democracias occidentales, algunas de las cuales sufrieron en sus propias carnes réplicas en forma de sangrientos atentados terroristas, y también limitaciones en las libertades de sus ciudadanos, en aras a una seguridad total que no dejará nunca de ser una utopía. Las guerras de Afganistán e Irak han multiplicado de forma dramática el número de muertos que dejó aquel 11-S; las tropas de Estados Unidos y sus aliados han sufrido miles de bajas, pero aún mucho más abultadas son las cifras de muertos entre la población civil de esos dos países. Ayer, Barack Obama intentaba ofrecer una lectura optimista de estos conflictos, al afirmar que su Gobierno "está terminando la guerra en Irak y empezando a traer nuestras tropas de regreso de Afganistán", pero no podía eludir el reconocimiento de que Estados Unidos se enfrenta "a un enemigo decidido" que volverá a intentarlo. Su promesa, bastante más realista que las que lanzaba su predecesor en el cargo, se limitaba a decir que la Administración norteamericana hará "todo lo posible para proteger a la población". Su esperanza es entregar a las futuras generaciones un país "más seguro, más fuerte y más próspero", pero esas nuevas generaciones viven ya marcadas por la amenaza de que se puedan repetir unos ataques como aquellos del 11-S, que nadie esperaba y ni siquiera podía imaginar. La denominada generación de milenio norteamericana muestra a raíz de los atentados de hace diez años, según una encuesta de la American University, más interés en seguir las noticias, estudiar las relaciones internacionales, aprender idiomas y participar en la política. Eso supone, a priori, un mayor espíritu crítico hacia fórmulas primarias como las impulsadas por Bush al embarcarse en guerras de venganza, acciones en las que, por cierto, fue secundado por líderes que no mostraron, precisamente, ese espíritu analítico y crítico que atemperara la respuesta estadounidense. No es previsible que el gobierno de Estados Unidos ni los de sus países aliados hagan a día de hoy una sincera autocrítica, porque eso sería dar una baza al enemigo, pero llegará el momento de poner en su sitio lo que el 11-S dejó patas arriba.
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