LIBIA cerró ayer 42 años de dictadura y abrió una nueva etapa en su historia. El régimen de Gadafi -tan tirano como extravagante- es ya historia. Atrás quedan años infames tatuados de sufrimiento, muerte, desigualdad y falta de libertad para miles de libios. La revuelta popular ha triunfado en el país oriental. El descontento del pueblo ante la pobreza generalizada (no así de sus dirigentes, que derrochaban de forma inmoral los frutos de sus enormes reservas naturales), el hartazgo ante la falta de esperanzas y ante la espera de una democracia que no llegaba nunca, ha acabado con las tiranías de Túnez, Egipto o Libia. Ha sido un triunfo doloroso, puesto que en el camino han quedado miles de vidas. El objetivo inmediato debe ser el cese de toda violencia. La libertad de Libia no merece ni un muerto más. No es tiempo de venganza. La entrega de Seif El Islam Gadafi -uno de los hijos del dictador y cómplice de su mandato- al Tribunal de La Haya, que le reclama por delitos de lesa humanidad, sería una buena forma de encauzar esa necesidad de no aplicar la ley del Talión. El Consejo Nacional de Transición (CNT) se ha apresurado a rechazar esta entrega y asegura que será procesado por la justicia libia. La sombra del trágico final de Sadam Hussein -ahorcado- planea incierta. Ha llegado la hora de la reconciliación nacional, de que los libios aúnen fuerzas para construir lo que Gadafi ha impedido todos estos años: un país libre. La ayuda internacional resulta más importante que nunca. Ahora es el momento. La ONU, la UE, la OTAN y el resto de organizaciones supranacionales deben volcarse en facilitar y ayudar una transición profunda, verdadera y calmada. Y rápida. Los libios han sufrido demasiado. El Consejo Nacional de Transición enarbola la bandera de ese nuevo porvenir; ha sido reconocido por una treintena de países pero aún esconde muchos claroscuros en su seno: de sus 40 miembros solo trece son conocidos, y el presidente es el exministro de Justicia de Gadafi. Ni Libia ni el mundo pueden permitirse un paso en falso después de todo lo que ha sucedido desde el 17 de febrero hasta hoy. La comunidad debe tener un papel determinante, de ayuda pero no de tutela; de vigilancia pero no de imposición. Libia tiene recursos para salir adelante. Sus reservas de gas y petróleo le convierten en un país que será tenido en cuenta por los mercados. Eso juega a su favor: Occidente, por pura avaricia, no puede permitirse un país tan rico fuera de control. El paradero de Muamar Gadafi era un gran interrogante al cierre de esta edición. El régimen no habrá cerrado su última página hasta que el dictador esté en manos de la justicia. El mundo no puede permitirse otro Bin Laden. Muchos países que sonaban como posibles destinos negaron ayer que vayan acoger el retiro de Gadafi. Su retiro debería estar en una celda.
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