LOS aficionados al fútbol y la sociedad en general asisten atónitos a lo que está sucediendo, dentro y fuera de los terrenos de juego, en el mundo del denominado deporte rey. En muchos casos, rozando el esperpento. Por de pronto, y como ya se venía anunciando, este fin de semana no habrá fútbol de Primera y Segunda y el inicio de la Liga se retrasa, aunque amenaza con hacerlo de forma indefinida. El motivo, la huelga de futbolistas convocada por desavenencias con la Liga por el convenio colectivo. Que un grupo de futbolistas convoque una huelga por el impago de salarios a unos compañeros en situación delicada entra dentro de cualquier lógica. Es cierto el argumento de que la cuantía de esos sueldos -en muchos casos absolutamente desorbitada- no debe influir en el hecho en sí, aunque a una parte muy importante de la población le resulte insultante que se lancen a la huelga unas personas que cobran sueldos estratosféricos. Pero el derecho a la huelga es universal. Lo que ocurre es que los futbolistas omiten de forma deliberada que el desbarre en el que ha degenerado el mundo del fútbol tiene su origen y explicación casi exclusiva en los sueldos que ellos cobran. El fútbol lleva demasiados años viviendo en una gran burbuja, con los pagos de unas cantidades que están fuera de cualquier realidad. Pero lo que resulta realmente sangrante -y ningún estamento del fútbol habla de ello- es que en multitud de ocasiones hayan sido las ayudas públicas de todo tipo de instituciones las que han estado sufragando de forma poco disimulada ese mundo irreal de despilfarro. Y eso es así, lo vistan como lo vistan las instituciones, lo oculten como lo oculten los directivos de los clubes de fútbol y lo omitan como lo quieran omitir los futbolistas. La gran mentira mil veces repetida de que los futbolistas generan lo que ganan se da de bruces con la realidad a lo largo y ancho de todo el Estado con calificaciones de terrenos, operaciones inmobiliarias y urbanísticas por parte de los clubes que no aguantarían medio minuto en un tribunal anticorrupción, condonaciones del IVA, exenciones de pagos a la Seguridad Social, patrocinios para regalar el dinero de forma encubierta, renegociaciones de créditos con las cajas de ahorros locales en unas condiciones insultantes para el resto de ciudadanos y un interminable listado de agravios y disparates que se han permitido sin oposición de ningún tipo porque el problema de toda esta cuestión es que la burbuja se ha hecho demasiado grande y no hay valiente que se atreva a ponerle el cascabel al gato. Los futbolistas están en su derecho de ir a la huelga pero la ciudadanía también en el suyo de exigir que ni un euro público acabe desbordando las nóminas de veinteañeros multimillonarios. De momento, un fin de semana más de abstinencia futbolística.