ARRANCA hoy en Madrid la denominada Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), en la que participarán centenares de miles de personas llegadas de todo el mundo, en su mayoría jóvenes -miles de ellos, vascos-, cuyo acto central es la visita del Papa Benedicto XVI. El objetivo de esta Jornada, que se celebra cada tres años, es dar a conocer a los jóvenes el mensaje de Cristo y crear un ambiente de convivencia y reflexión. Las cifras que rodean la convocatoria son espectaculares. Se calcula que asistirán entre un millón y medio y dos millones de personas; 340.000 participantes usarán los aeropuertos para acceder a la capital del Estado; habrá 28.000 voluntarios, 4.500 periodistas acreditados y un presupuesto que ronda entre los 50 millones de euros que cuantifica la Conferencia Episcopal, preocupada por dar una imagen de austeridad, y los 100 millones que estiman otras fuentes. Tampoco se han escatimado medios para la misa que oficiará Ratzinger en el aeródromo de Cuatro Vientos, con una plataforma de 5.000 metros cuadrados para acoger a obispos, cardenales y a la familia real y un árbol artificial surtirá de una lluvia fina a las autoridades para soportar el calor. Se calcula que los beneficios que puede generar la cita se aproximan a los 10 millones de euros. La magnitud del acontecimiento, los presupuestos que maneja y la implicación pública en su desarrollo han levantado numerosas críticas en los sectores laicistas y en los movimientos de cristianos de base. Aunque el Ejecutivo central y la Comunidad de Madrid aseguren que no financian el evento, la inversión de medios y la infraestructura que se ha puesto a disposición del Vaticano indican lo contrario. Además, el Gobierno de Zapatero ha declarado el evento de excepcional interés público, lo que permitirá a las grandes empresas patrocinadoras desgravar hasta el 80% de su inversión, lo que ha generado duras críticas de quienes exigen la separación del poder civil y religioso. Más allá de la polémica -en la que intervienen estereotipos trasnochados sobre la Iglesia e intereses de tipo ideológico pero también el evidente declive de la institución vaticana y el creciente laicismo de la sociedad-, la Jornada de la Juventud ofrece una interesante oportunidad para la reflexión, también para los no creyentes. Por un lado, y a la espera del mensaje del propio Papa, que se espera que arremeta contra el laicismo y clame contra leyes como la del aborto o la del matrimonio homosexual, algunos sectores pueden caer en la tentación de aprovechar el momento para pasar factura política y, de paso, intentar extender una visión ultraconservadora de la fe. Sectores que deben preguntarse por la creciente desafección hacia la Iglesia. De otro lado, quienes rechazan la visita deberían reflexionar sobre un concepto más amplio y abierto de la libertad y sobre el notable papel y el compromiso de la Iglesia y de millones de creyentes en múltiples aspectos en todo el mundo.
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