La guerra geoestratégica de Libia
Los ataques, por segundo día consecutivo, de las fuerzas aliadas mediante numerosos bombardeos pueden frenar a Gadafi pese a que la intervención llega tarde y se prevé un conflicto largo, lo que causará bajas entre la población civil
LA ofensiva militar aliada contra el régimen del sátrapa Muamar el Gadafi vivió ayer su segunda jornada, caracterizada por los bombardeos centrados en la capital libia, Trípoli. La guerra -porque, por muchas diferencias que haya con respecto a otros conflictos armados como el de Irak, se trata de una guerra- comenzó el sábado con ataques a, según las fuerzas de la coalición, objetivos militares, al objeto de garantizar el cumplimiento de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas para proteger a la población de la brutal represión del dictador. La intervención directa de Francia, EE.UU. y Gran Bretaña, con apoyos militares de otras naciones como el Estado español y países árabes, mediante ataques de misiles por mar y aire, ha desatado una guerra abierta contra Gadafi en medio de la ola de revueltas que azota a numerosos países árabes. En esta ocasión, no cabe duda de que se trata de una acción bélica al amparo de la legalidad internacional, iniciativa que incluso puede calificarse de tardía porque Gadafi lleva casi un mes masacrando a sus oponentes y vulnerando el alto el fuego que había proclamado para atemperar a la ONU, en un intento de ganar tiempo para conquistar la ciudad de Bengasi y sojuzgar a la resistencia. Lamentablemente, el hecho de que el tirano libio controle la mayor parte del país y de la producción de crudo parecen abocar más a un conflicto bélico duradero que a una intervención militar quirúrgica, lo que de entrada supone que van a mediar los eufemísticos daños colaterales a una población civil que ya viene soportando padecimientos extremos largo tiempo atrás. Porque, por mucho que la comunidad internacional -esa alianza que Gadafi se ha apresurado a calificar de "coalición del diablo"- y sus líderes se afanen en hacer ver las diferencias -a todas luces evidentes- entre la intervención militar en Irak y la de ahora en Libia, lo cierto es que los bombardeos están causando víctimas mortales también entre la población civil, aunque la dificultad de contrastar la información oficial proporcionada por ambas partes imposibilite su cuantificación. Ese es, precisamente, el aspecto más cuestionable de la lógica militar que se ha impuesto también en Libia: la intervención no tiene un carácter meramente humanitario y se realiza mediante decenas de bombardeos, con el consiguiente riesgo para la población. La pregunta que cabe formular ahora es cómo la comunidad internacional ha permitido que Gadafi llegara tan lejos, consiguiendo incluso que la propia ONU levantara en 1999 las sanciones que le incoó y logrando su rehabilitación a cambio de matar algo menos, ofrecer petróleo y controlar la inmigración en el Mediterráneo. Una vez más, ha quedado acreditado que los derechos humanos se dejan al albur de los intereses energéticos y de la geoestrategia.