La fusión informativa
A la falta de previsión de la empresa explotadora de la central de Fukushima y del Gobierno japonés le ha sucedido una extraña diligencia para tratar de diluir lo sucedido con una gestión de la información que hace a ésta irreconocible
EL proceso de fusión de los núcleos de los reactores de la central de Fukushima tras el terremoto y el tsunami padecidos por Japón y la incapacidad de Tepco, propietaria de las instalaciones, y del gobierno nipón para primero prever y evitar y después y en su defecto solucionar o paliar las graves consecuencias derivadas de las evidentes fallas, no precisamente tectónicas, en el control y la seguridad de Fukushima; ha evidenciado ante la opinión pública mundial los riesgos de la energía nuclear o, si se prefiere, de su explotación comercial e interesada por empresas particulares que siempre padecerán la tentación de anteponer, siquiera en decisiones que se antojan de menor relevancia, el beneficio privado a corto y medio plazo a las quizás impensables pero predecibles y posibles contingencias que en un lapso de tiempo mayor pueden llegar a acontecer y en su caso provocar graves afecciones al interés general y público. Es cierto que en el caso de Fukushima ha intervenido de modo extremo la fuerza de la naturaleza, pero no lo es menos que el terremoto y el tsunami (palabra, por cierto, japonesa) eran contingencias predecibles y posibles tanto en su violencia -no han sido los peores de las últimas décadas- como por la propia situación geográfica del archipiélago japonés, propensa a ambos fenómenos. Tampoco que, pese a todo, ni Tepco ni el gobierno previeron, o priorizaron, las medidas tendentes a evitar o paliar una catástrofe como la que ahora padece la sociedad nipona porque han mantenido (y ampliado) el funcionamiento de la central a pesar de los informes que ya en la década de los 80 cuestionaban el diseño y la seguridad del contenedor de los reactores Mark 1 de Fukushima -idénticos al de Garoña- en caso de un accidente. Pero a todo ello habría que añadir aún que dicha falta de previsión se ha convertido extrañamente en diligencia a la hora de maquinar el modo de ocultar y diluir el alcance de lo sucedido para, bajo la teórica excusa de evitar reacciones sociales de proporciones incalculables, esgrimir una mal llamada política de gestión de la información que funde ésta hasta hacerla irreconocible. Con el agravante de que Tepco ya había utilizado la misma estrategia informativa, con las consiguientes quejas y advertencias públicas por parte del Ejecutivo japonés, cuando otro terremoto, éste de 6,8 grados en la escala Richter, dañó otra de sus centrales nucleares, la de Kashiwazaki hace sólo tres años y ocho meses. Quizás no se trate de reabrir el debate sobre la necesidad e idoneidad de la energía nuclear ahora y al calor de una tragedia cuyas enormes proporciones aún se desconocen, pero sí cabe, desde luego, plantear en toda su magnitud un interrogante sobre si los peligros inherentes que conlleva hacen aconsejable dejar su utilización al albur de la condición humana y de los intereses que mueven al mundo desarrollado.