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Ahorro transitorio

El plan de ahorro energético del Gobierno español, apremiado por la crisis y el encarecimiento del petróleo debido al conflicto en Libia, no es estratégico ni ofrece alternativas a largo plazo sino medidas transitorias por la subida del crudo

EL Consejo de Ministros español ha aprobado una serie de medidas enfocadas, al menos teóricamente, al ahorro energético. Entre ellas, destaca el polémico establecimiento del límite máximo de velocidad en los 110 kilómetros por hora, medida que entrará en vigor mañana lunes y que se prevé mantener hasta el próximo mes de junio. Coincide esta decisión con un nuevo máximo del precio medio de la gasolina (1,308 euros el litro), el principal detonante -a raíz del conflicto que sacude Libia- para que el gabinete de Zapatero haya tomado esta determinación. Las propuestas han sido, en general, mal recibidas, no tanto por las restricciones que contienen (que cuentan con el aplauso crítico de colectivos ecologistas), sino por lo que llevan de improvisación, de "ocurrencia" -así han sido calificadas por algunos sectores- y de tardanza en su puesta en marcha. Se cuestiona, pues, su solidez y sus expectativas. Porque en el documento, sobre el papel, no hay alternativas a largo plazo. Ya dijo el ministro español de Fomento, José Blanco, que se trata de una apuesta "coyuntural, excepcional y transitoria". No es esa precisamente la tarea que se reclama de un gobierno, sino, bien al contrario, una estrategia que no se quede en el mero corto plazo y que tenga perspectivas de futuro. Ya se perdió una buena oportunidad de aprender de la crisis de 1973. Hubo entonces también objetivos a corto plazo, que en un país con la dependencia energética que tiene el Estado español, deberían haber sido retomadas por gobiernos democráticos posteriores. Pero es que antes de ahora, el PSOE, tan preocupado hoy, ya había tumbado en la actual legislatura tres proposiciones de ley sobre ahorro energético. Algunas de las propuestas avanzadas, en lugar de ganar el beneplácito de la ciudadanía, han encrespado más los ánimos de quienes sufren la crisis en sus bolsillos. Tiene que ver el malestar, sobre todo, con la limitación de velocidad en autopistas y autovías. La suma es clara: si la gasolina sigue subiendo, si los desplazamientos largos son más lentos y al menor descuido del acelerador planea la amenaza de una multa, las medidas todavía repercutirán más negativamente en la población. Lo que se echa en falta es un diáfano plan de futuro más que un semiapagón de iluminación en edificios públicos; una promoción de los coches eléctricos más que un plan renove de neumáticos; una mejora del servicio (frecuencia y carriles habilitados) del transporte público y no sólo abaratar el billete del ferrocarril. Las disposiciones deberían alcanzar a más sectores y ser más ambiciosas e imaginativas, pero no por sostener un pulso temporal contra la subida del crudo, sino por una razón de pura subsistencia económica y también de racionalización del uso de los recursos naturales, que no son eternos.