SÓLO se puede entender lo sucedido ayer en Egipto como el más moderno de los arcanos políticos del país de los faraones, capaz de cambiar en minutos la anunciada marcha del poder de Hosni Mubarak por un discurso en el que se aferra a su en cualquier caso ya extinta presidencia. Y a hacerlo a costa de exacerbar a la violencia la enorme revuelta popular que ha tomado las calles en los últimos diecisiete días y a situar al Ejército ante la disyuntiva de protagonizar una sangrienta represión o un golpe que dé paso a la apertura política o a un aggiornamiento del régimen sin la actual cúpula. Porque si algo ha quedado claro en Egipto es que Mubarak únicamente será apartado de la presidencia por las mismas Fuerzas Armadas que le encumbraron a la presidencia tras el asesinato de Anuar el Sadat en 1981 y con la aquiescencia de los intereses comerciales internacionales. Baste un dato: los rumores de su luego falsa renuncia surgieron después de que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas iniciara en la tarde de ayer una reunión permanente (y televisada por el canal estatal Nilo News TV), lo que sólo había ocurrido dos veces, en junio de 1967 por la Guerra de los Seis Días y en octubre de 1973 por la Guerra del Yom Kipur. Pero dicha reunión y los movimientos de tropas no eran ajenos a que en las horas previas se sumaran a las manifestaciones contra Mubarak los paros de los trabajadores del petróleo, de los ferrocarriles, del acero y, sobre todo, la amenaza de que una huelga paralizara el Canal de Suez, la mayor fuente de ingresos del Estado egipcio y canal imprescindible del transporte internacional de petróleo, lo que hubiese disparado el precio del crudo en todo el mundo con consecuencias incalculables en plena crisis económica global. Pero la resistencia de Mubarak, el enigma sobre qué provocó anoche el inesperado vuelco de la situación, dejan un auténtico jeroglífico por resolver al pueblo y el Estado egipcios y, especialmente, a las Fuerzas Armadas y a Hussein Tantawi, quien desde 1991 reúne en su persona los cargos de ministro de Defensa, responsable de la industria militar y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, lo que le situaría como verdadero hombre fuerte de Egipto tras una salida forzosa del poder de Mubarak y ante la aparente incapacidad del vicepresidente, Omar Suleiman, para contentar tanto a los manifestantes como a los militares. Porque al Ejército no le sirve ya la solución constitucional de repetir los pasos de 1981 para designar al sucesor del rais. Tanto para sostener al dictador y enfrentarse a las masas, como para dar paso a una versión más o menos edulcorada del régimen -que no satisfaga pero acalle la revuelta social y responda a los intereses comerciales y el papel clave de Egipto en la geoestrategia de Oriente Medio- como para forzar una verdadera apertura política, ahora deberá utilizar la fuerza.