EGIPTO está siendo estos días escenario de una sorpresiva y multitudinaria movilización popular que tiene como objetivo acabar con el régimen autoritario de Hosni Mubarak, en el poder desde 1981. La exigencia de libertad y de democracia ha prendido en el mundo árabe y amenaza con seguir extendiéndose por la zona, sobre todo después del éxito de la revuelta popular en Túnez, que logró derrocar al presidente Ben Alí. Ahora es el moderado Egipto el que ha tomado el relevo y el presidente Mubarak se encuentra acorralado por su propio pueblo, que le exige que se vaya. A la desesperada, el hasta ahora líder egipcio intentó una maniobra para contener las exigencias de los manifestantes y abordó un cambio de gobierno que no ha satisfecho a los opositores. Es evidente que lo que piden las miles de personas que llevan ya cinco días continuados con protestas y manifestaciones enfrentándose a la policía y desafiando el toque de queda impuesto y las restricciones en las comunicaciones no es una mera reforma o cambios estéticos que solo buscan el mantenimiento del statu quo y, sobre todo, de Mubarak. El malestar ha llegado a tal extremo que ni el significativo hecho de un cambio total de gobierno ha calmado los ánimos. "Se darán nuevos pasos hacia la democracia y la libertad y para afrontar el desempleo y mejorar las condiciones de vida y servicios, así como para ayudar a los más necesitados", aseguró Mubarak en el mensaje en el que comunicó la dimisión de su Ejecutivo. La frase encierra todos los elementos que explican los motivos de la revuelta y sus objetivos. Ha sido precisamente esa falta de democracia y libertad hacia las que el presidente egipcio dice ahora que dará pasos lo que han estado soportando los ciudadanos del país norafricano durante décadas. El factor que ha hecho explotar esa olla a presión ha sido la segunda parte de la frase, es decir, las graves dificultades económicas que está soportando la ciudadanía, acrecentadas con un paro galopante mientras el nepotismo y la corrupción crecían alrededor de Mubarak y su gobierno y las distintas esferas de poder. En estos momentos, la única esperanza de los miles de egipcios que se han lanzado a la calle se llama Mohamed el Baradei, premio Nobel de la Paz y probablemente la persona que puede concitar consenso para liderar el país hacia una transición democrática. Aunque hasta el momento no ha tenido un especial protagonismo en la revuelta, sí se ha reivindicado como líder, aunque existen dudas sobre su capacidad política y los apoyos con los que pueda contar. Egipto necesita un cambio radical y este solo es posible en ausencia de Mubarak y con apoyo internacional (sobre todo de EE.UU., pero no solo) para una transición hacia la democracia. No hay que olvidar que el fundamentalismo islámico siempre está dispuesto a pescar en cualquier río revuelto. Y el Nilo baja muy revuelto estos días.
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