EL avance experimentado por el euskera a lo largo de las tres últimas décadas, tanto en cuanto a su expansión social, su uso, íntimamente ligado a la evolución de sus características idiomáticas y al desarrollo de su aplicación a múltiples ámbitos del conocimiento, se ha convertido en un ejemplo resaltado de forma unánime a nivel internacional y hasta con cierta sana envidia por aquellos que contemplan a nuestra lengua desde otras también minorizadas. Ese avance, el logro de duplicar el número de hablantes de un idioma en situación de evidente inferioridad, es resultado de una política lingüística que, seguramente con sus carencias, ha funcionado con más que relativo éxito, ha ido perfeccionándose y ha sido mantenida en el tiempo. Sin embargo, esa misma situación de evidente desventaja que trata de combatir obliga al euskera a mirar no al pasado sino al futuro, a redoblar esfuerzos, instrumentos y sobre todo voluntades para evitar pausas que comprometan su desarrollo mediante un impulso continuado que sirva, al mismo tiempo, de consolidación de lo conseguido. Y en los últimos meses, una batería de iniciativas y actitudes surgidas desde el Gobierno que preside Patxi López y de modo especial desde los departamentos de Educación y Cultura que dirigen Isabel Celaá y Blanca Urgell, parecen querer abrir un peligroso paréntesis. La paralización del Consejo del Euskera, cuya última reunión se celebró en febrero de 2009, dos meses antes del acuerdo con el PP que llevó a Lakua al PSE; el consiguiente estancamiento de la revitalización del Plan General de Normalización a través de las directrices emanadas de la iniciativa Euskara 21; la desaparición de ayudas a las ikastolas para el Nafarroa Oinez o el Herri Urrats, el retraso indefinido del apoyo a Seaska, la reducción de las subvenciones al Instituto para la Euskaldunización y Alfabetización de Adultos (HABE) y a los euskaltegis municipales; la rebaja de las exigencias de los perfiles lingüísticos en Osakidetza y la si cabe mucho más grave intención de no exigir el PL2 al profesorado en las ofertas públicas de empleo de Educación; la paralización de la aplicación del Decreto de Derechos Lingüísticos del Consumidor; la escasa sensibilidad euskaltzale en el nuevo Consejo Vasco de Cultura... son, más que síntomas de insensibilidad, signos evidentes de desdén que, de modo consciente o no, pueden provocar una desarticulación de la política lingüística y una paralización del elogiado avance. La futura supervivencia de nuestra lengua pasa por su constante desarrollo y a éste no le basta con que hoy, Día Internacional del Euskera, quienes se arrogaron el mandato de una sociedad cada vez más concienciada y comprometida con su idioma y, por tanto, la responsabilidad de proteger e impulsar éste, hagan público su apoyo. El euskera ya tiene palabras. Precisa voluntad, esfuerzo, instrumentos... Necesita hechos.
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