lOS ciudadanos de Catalunya votaron ayer por el cambio político tras dos legislaturas bajo el gobierno del tripartito capitaneado por los socialistas del PSC. El candidato de Convergencia y Unió (CiU), Artur Mas, barrió literalmente en las elecciones al Parlament y se situó a pocos escaños de alcanzar la mayoría absoluta, por lo que será sin duda, y por méritos propios, el próximo presidente de la Generalitat. Un triunfo en toda regla, como derrota sin paliativos ha sido la cosechada por los partidos integrantes del tripartito. Un varapalo, especialmente para el PSC de José Montilla y para una ERC en caída libre -ha perdido la mitad de sus escaños- a la que sus electores han castigado tanto su situación interna como su desnaturalización y sus evidentes errores, que deberá hacer reflexionar muy en serio a sus responsables. Los resultados electorales tienen varios aspectos para analizar. En primer lugar, evidentemente, el triunfo de la CiU de Artur Mas. Los electores han premiado tanto su figura de líder centrado, sin estridencias, dialogante y abierto, como la política llevada a cabo por la coalición nacionalista, tanto en el aspecto de oposición como en su vertiente propositiva, entre la que cabe destacar su planteamiento de un Concierto Económico similar al vasco. No hay que olvidar que fue el denominado pacto del Tinell entre PSC, ERC e ICV el que arrebató a CiU la Generalitat pese a que los nacionalistas habían obtenido mayor número de votos, es decir, la confianza ciudadana. Las operaciones políticas de pactos al margen de mayorías sociales pueden dar a algunos partidos réditos a corto plazo, pero tarde o temprano han de someterse al veredicto de las urnas. Y ahí, claramente, los catalanes han sido implacables con los socialistas. Este es el otro aspecto que han evidenciado las urnas. Porque una cosa es un pacto artificial cuyo único objetivo real es desalojar del poder al que lo tenía pese a que mantenía la confianza ciudadana y otra muy distinta llevar a cabo una gestión eficaz de las instituciones, máxime en tiempos de crisis. Y el tripartito liderado por Montilla, en esta materia y sobre todo a la vista de los resultados, ha sido un ejemplo precisamente de lo que no debe hacerse. Por ello, y por mucho que se empeñen los socialistas vascos, Euskadi mira a Catalunya y observa que los catalanes han decidido un esperanzador regreso al futuro: han probado en sus propias carnes los desastres de una mala gestión fruto de un pacto antinatura y han decidido ganar el porvenir dando un giro espectacular al ofrecer su confianza a los nacionalistas que supieron administrar el autogobierno durante décadas con eficacia, buenos niveles de bienestar y progreso y sin populistas salidas de tono. Toda una lección que deberá servir tanto para Catalunya como para nuestro país. Sobre todo, porque los electores dan y quitan razones, en el gobierno y en la oposición.