En Canarias el PP rompe el Gobierno, en Euskadi lo refuerza
Quienes hoy critican el acuerdo para el cumplimiento del Estatuto logrado por el PNV en Madrid, firmaron otro acuerdo similar hace catorce años; quienes lo han firmado ahora, lo criticaron entonces. Nada nuevo bajo el sol. Nosotros, a barrer para casa
SOMOS el país de la flaca memoria. Este handicap permite que charlatanes de feria vestidos de políticos hagan su deleznable trabajo. Un país serio no permitiría manipulaciones tan burdas como las que estamos viviendo. Que el PP abandone el gobierno de Canarias porque Coalición Canaria ha apoyado los presupuestos en Madrid, pero que ese mismo PP mantenga la respiración asistida al PSE en Euzkadi porque eso es favorecer la normalidad y porque en Euzkadi el nacionalismo apoya a la violencia, es toda una indecencia política. Que yo sepa el PNV ha condenado siempre la violencia de ETA, del GAL, de la guerra y la dictadura. Este PP nos acaba de votar en contra una iniciativa para convertir el Valle de los Caídos en un museo vinculado a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica. Ahí está también el nuevo ministro de Presidencia, el tan jaleado Jáuregui, que cuando fue delegado del Gobierno en Gasteiz, no se enteró el pobre de la existencia del GAL ni jamás preguntó por él. Y bajo su mandato asesinaron a Brouard y torturaron y mataron a Lasa y Zabala. Pero ellos son los puros. Los que celebran el aniversario estatutario sin el partido que fue motor del mismo y con el partido que votó en su contra, el PP.
Para mí, la noticia de auténtico interés político de estas semanas no ha sido el cambio de gobierno en Moncloa. La noticia de calado es que el PNV decidiera apoyar unas cuentas que en caso contrario hubieran adelantado las elecciones y dado la victoria, con mayoría absoluta al PP. Si de paso el PNV lograba quitar las telarañas del carro estatutario, como lo ha hecho, porque eso fortalece grandemente Euzkadi, miel sobre hojuelas .Y si además en Madrid hay un vicepresidente listo y versátil para abordar el fin de la violencia y no un inclemente Mayor Oreja, mejor que mejor. Ése ha sido el precio por el que a todas horas el PP le pregunta al PSOE. Es lo que acaba de decir José María Fidalgo, antiguo secretario general de CC.OO. en el Foro Arrupe: "No se puede desmembrar un país a beneficio del gobernante". Y se han dicho más burradas. Sobre todo a cuenta de la corte celestial de la derecha española a la que se le ha calentado el champán de la celebración de la victoria tras unas elecciones anticipadas. Eso es lo que no nos perdonan. Y esa cara de frustración es la que nos indica que el acuerdo es bueno.
Lo curioso es que cuando pactamos con el PP la investidura de Aznar en 1996, quienes decían éstas cosas eran los socialistas. Josep Borrell pontificaba: "El Estado no puede ser lo que queda, en función de la fuerza relativa que puedan tener en un momento coyuntural los nacionalistas".
El martes 19 de octubre en el Congreso se discutían las enmiendas a la totalidad a los Presupuestos Generales. Rajoy le pedía a la vicepresidenta Salgado "luz y taquígrafos" y dar cuenta de los acuerdos ocultos "que ponen en cuestión la caja única de la Seguridad Social" mientras nos preguntaba: "¿tanto han recibido a cambio?". Era el mismo Rajoy que había negociado con nosotros la Investidura de Aznar. Ya CiU y CC le aseguraban en 1996 la elección. Pero preferían tenernos dentro escupiendo hacia fuera que fuera escupiendo hacia dentro. Y nosotros, por consolidar el Concierto Económico, apostar por la Formación Continua, desarrollar todo el Estatuto según los criterios aprobados en el Parlamento Vasco en 1995, recuperar el patrimonio incautado con motivo de la guerra y lograr crear Euskaltel, junto a la eliminación del servicio militar obligatorio, suprimir a los gobernadores civiles y lograr poder elegir a las autoridades portuarias, nos metimos de lleno en la negociación.
¿Que un Estatuto, ley orgánica refrendada, se ha de cumplir estrictamente y sin mercadear nada como nos achaca Garbiñe Biurrun? Pues sí, tiene razón. Tanto como que la justicia ha de ser independiente. Pero, si no se logra, ¿qué se hace? ¿Qué maestro armero atiende la demanda? Y si no es posible, para eso está la política. Y hacemos política en Madrid para esto. Para barrer para casa. Es el verdadero voto útil.
El domingo 3 de marzo de 1996 fue el de la sonrisa congelada. Todo estaba preparado en el edificio de la calle Génova 13 de Madrid. Un amplio balcón hecho de mecanotubo iba a servir de plataforma para que saludara el nuevo presidente Aznar a sus fieles, que comenzaban a llenar la calle a partir de las siete de la tarde. El Partido Socialista, según las encuestas, iba a sufrir, tras catorce años de gobierno, una sonora derrota. Los escándalos del GAL, Mariano Rubio, Roldán, Filesa, Ibercorp, Perote, Garzón, Cesid y fondos reservados iban a dar una histórica victoria a la derecha española, que había hecho una campaña a tumba abierta. En la calle comenzaba a sonar aquel infame pareado de "Pujol enano, aprende castellano". Banderas preconstitucionales empezaban a dejarse ver y el entusiasmo crecía hasta que los primeros resultados indicaban que no se iba a producir ninguna mayoría absoluta. El PSOE resistía y si el PP deseaba gobernar tenía que pactar con los partidos nacionalistas. El sonsonete contra Pujol fue acallado y las banderas fueron arriadas mientras Aznar tragaba saliva y aparecía confuso. Sus fieles escuderos ponían cara de circunstancia.
Al final de la noche, el Partido Popular, con el 37,19% del censo electoral, obtenía 146 escaños. Le faltaban veinte para la mayoría absoluta. El PSOE de González, que veía en aquellos resultados una "dulce derrota", había obtenido el 31,83% del censo y 122 escaños. La Izquierda Unida de Julio Anguita, con 2.342.789 votos, había salvado los muebles y obtenido nada menos que 19 escaños. El Partit des Socialistes de Catalunya que sumaba sus votos al PSOE saldaba su resultado con 19 escaños. Convergencia i Unió, otros 16. En el PNV seguíamos en los cinco de nuestra división aunque con tendencia al alza y habiendo obtenido el escaño de senador por Gipuzkoa para Xabier Albistur. La suma de todos los votos socialistas les hacían perder tan sólo por trescientos mil votos ante el PP. Era una derrota por puntos a pesar del pésimo escenario que había supuesto aquella corta legislatura de tres años. Y decidimos negociar.
La Asamblea del PNV quedó abierta. En medio de la negociación, criticamos duramente a los sindicatos por el chantaje al que sometían al PP. No era de recibo lo que había ocurrido. Cándido Méndez y Antonio Gutiérrez se habían entrevistado con Aznar preocupados por una negociación de la que no sabían nada pero que intuían que el PNV, al reivindicar el cumplimiento del Estatuto, incluía todo el paquete social, a lo que los sindicatos se oponían aunque estuviera en la ley. En el pasado habían logrado que el PSOE no moviera una coma para que se cumpliera el Estatuto de Gernika en lo relativo a la transferencia del Inem, de la Seguridad Social, de las políticas activas y pasivas de empleo y tenían temor de que en aquella oportunidad el PP estuviera tentado de cumplir la ley y los dejara a ellos sin la posibilidad de mangoneo en Euzkadi, donde son sindicatos minoritarios, y aquello lo llamaron la "ruptura de la caja única". Ni cortos ni perezosos le dijeron a Aznar que una cosa es una ley y otra "la necesidad de mantener el sistema público de protección social, la cohesión del marco de relaciones laborales y los instrumentos necesarios de ámbito estatal para promover políticas activas a favor del empleo". Aznar les contestó que la caja única de la Seguridad Social era intocable, como si el Concierto Económico y la Policía no hubieran roto mucho antes cajas únicas. En resumen, todo un chantaje sindical. Lo que había ocurrido con los sindicatos nos explicaba la postura negociadora de aquella semana con el PP, porque el mayor escollo negociador había sido todo lo referente a la Formación Ocupacional, a la Continua, al Inem, al Fogasa, a la Seguridad Social. Era increíble.
Los días 3 y 4 de mayo de aquel año 1996 se celebró en el Congreso el Debate de Investidura. Fue muy llamativo el eco del acuerdo que encontramos en la calle. Telegramas, enhorabuenas y palmadas. La gente veía bien el pacto. Quizá también habría mucha gente que rechazara el acuerdo, pero en general el pacto fue muy bien recibido. También es preciso constatar la intolerable presión sindical que, de no haber existido, nos hubiera permitido un mejor acuerdo, pero tanto los sindicatos como los socialistas seguían tercamente aferrados a dogmas propios del nacionalismo español más rancio.
Eso ocurrió hace 16 años. Hoy, aquellos negociadores critican al PSOE y al PNV. Nada nuevo bajo el sol.