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Otegi, la apuesta por la política en prisión

El carismático y mediático ex líder de la izquierda abertzale, impulsor desde hace años de las vías políticas frente a la lucha armada de ETA, cumple hoy un año en la cárcel en el momento en el que parece que sus tesis triunfan en ese mundo

eL que ha sido, sin duda, el líder más carismático, inteligente, mediático y aglutinador de la izquierda abertzale histórica, Arnaldo Otegi, cumple hoy un año en prisión. Doce meses entre rejas, precisamente en el momento en el que el mundo ideológico al que pertenece está inmerso en un movimiento histórico que él mismo ha impulsado desde hace tiempo pero en el que le está vetado cualquier tipo de protagonismo. Es evidente que Otegi no es ningún mirlo blanco y tiene su importante parte de responsabilidad en la actuación histórica del conjunto de la izquierda radical, pero por mucho que la Justicia y el Gobierno del Estado español intenten explicar la situación en la que se encuentra, amplios sectores sociales de Euskadi consideran incomprensible que uno de los principales impulsores de la apuesta por las vías exclusivamente políticas, pacíficas y democráticas dentro de ese mundo esté sufriendo una política de venganza que le obliga a estar tras las rejas mientras ve cómo sus tesis se van imponiendo entre sus bases. La figura de Otegi surgió en la escena política vasca de forma meteórica en 1997, cuando, encarcelada la que había sido la Mesa Nacional de HB, una nueva hornada de dirigentes aber-tzales surgía para dar paso al proceso que culminó en el Acuerdo de Lizarra-Garazi, luego dinamitado por ETA. El protagonismo del carismático líder se mantuvo pese a todo y, tras una temporada en prisión, volvió a reaparer para enarbolar el nuevo espíritu de Anoeta y protagonizar el también malogrado último proceso de paz centrado en las conversaciones que derivaron en el preacuerdo de Loiola que después fue boicoteado por ETA con el atentado de la T-4. Sólo tres días después, Otegi era detenido, acusado de mantener la actividad de la ilegalizada Batasuna. Pero, contra el pronóstico de algunos, la apuesta de Otegi, compartida por otros líderes de ese mundo como Rafa Díez Usabiaga y Rufi Etxebarria, logró abrirse paso e imponerse en el hermético magma de la izquierda abertzale. Es más, es muy posible que la estancia de Otegi en prisión haya contribuido a la necesaria y muy complicada evolución que, al parecer, se está produciendo también dentro de las cárceles entre los presos del entorno de ETA. Lo cierto es que nada justifica a estas alturas que Arnaldo Otegi continúe en prisión. Cabe incluso el riesgo de que -como ocurre en estos momentos, donde ha sido trasladado a Navalcarnero para afrontar un nuevo juicio- su figura, convenientemente manipulada como un icono que representa al terrorismo sanguinario, pueda seguir siendo objeto de ensañamiento por parte de la Justicia española. Es seguro que la evolución de la izquierda abertzale, sea cual sea, se hará con o sin Otegi, aunque quizá su presencia en primera línea pudiese acelerar el proceso. Pero no es de recibo que quien se la ha jugado literalmente apostando por la política sea objeto de una absurda política de venganza en detrimento de la más elemental justicia.