LA polémica interinstitucional entre la Diputación Foral de Bizkaia y el Gobierno vasco en torno a la ampliación discontinua del Museo Guggenheim Bilbao a Urdaibai ha acabado por hacer públicas las serias reticencias, la oposición, del Ejecutivo que preside Patxi López, a través del Departamento de Cultura liderado por Blanca Urgell, al proceso de renovación de los acuerdos entre las instituciones vascas y la Fundación Solomon R. Guggenheim (FSRG) que hicieron posible la creación, explotación y el reconocido éxito del Guggenheim Bilbao, aun a pesar de que dichos acuerdos no expiran hasta diciembre de 2014, en otra legislatura, y de que las directrices y opiniones de las instituciones implicadas pueden haber cambiado entonces radicalmente. La posición del Gobierno socialista es, por supuesto, legítima. Urgell y su equipo, así como su partido, tienen derecho a considerar -como ya lo hicieron al criticar al museo antes de su inauguración en 1997- que la relación no debe renovarse o debe hacerse en condiciones diferentes. Pero lo que sí es exigible a quien debe gestionar el patrimonio cultural de Euskadi es que dicha postura se razone y explique de manera conveniente. Es exigible en cualquier caso, pero más si cabe cuando la experiencia se ha reconocido internacionalmente como un éxito sin parangón. Hasta el momento, esa explicación razonada no ha existido, lo que ya resulta incomprensible. Pero aún lo es más que el viceconsejero de Cultura, Antonio Rivera, exporte la polémica y utilice su intervención como representante del Gobierno vasco en el primer Simpósio Internacional sobre Arquitetura e Museus, celebrado en Brasilia con representantes de las principales ciudades, museos y proyectos del mundo, para cuestionar en su discurso tanto la cualificación del director del Guggenheim Bilbao que ha liderado su brillante singladura como al propio modelo del museo bilbaino. Pese a que el mismo Rivera reconoce el éxito, incluida una "tasa de autofinanciación del 65% (algo así como el doble de lo que se tiene por óptimo)" y su "capacidad para generar economía de entorno", el viceconsejero no sólo puso en duda la idoneidad del patrón del Guggenheim Bilbao sino que tomó prestados términos ajenos, como el de "McDonalización", que empleó dos veces, para tratar de relativizar lo que todos los que le escuchaban consideran un paradigma de la actividad y la gestión museística en las últimas décadas, es decir, para trivializar uno de los principales activos de Euskadi en la actualidad. Al hacerlo, el viceconsejero quedó en evidencia ante una audiencia perpleja, pero eso no reduce un ápice la grave irresponsabilidad de utilizar un foro internacional para cuestionar un valor del país al que representa en una dejación de sus obligaciones que sólo puede ser satisfecha con la exigencia al viceconsejero por el propio Gobierno vasco de las responsabilidades del cargo que, evidentemente, no ejerció en Brasilia.