aUn esperado, el anuncio que ETA difundió ayer a través de la BBC trastornó las previsiones informativas, suspendió el ocio de los políticos y conmocionó a la ciudadanía. ETA comunica que ya hace meses decidió "no llevar a cabo acciones armadas ofensivas" para permitir un "proceso democrático" en el que el pueblo vasco sea quien dé los pasos necesarios para lograr el derecho a decidir su futuro. Es, sin lugar a dudas, una noticia esperada por quienes se sienten amenazados y por la sociedad en general... siempre y cuando suponga la suspensión de toda actividad violenta, incluidas la coacción y el chantaje. Una noticia, tan deseada y tantas veces frustrada, que la sociedad vasca se merece y por la que tantos ciudadanos han luchado tantos años. El contenido del comunicado es -una vez más- todo un ejercicio semántico en el que hay que aplicar una buena dosis de interpretación para deducir cuáles son las auténticas intenciones de ETA, obligada a dar la cara tras meses de silencio, después de que los mediadores internacionales le interpelaran en Bruselas a proclamar "un alto el fuego permanente y verificable", interpelación que también le ha sido reclamada desde la izquierda abertzale ilegalizada. El comunicado tiene, por tanto, un riesgo: el de haber sido decidido para salir del paso porque no podía prolongarse por más tiempo la ansiedad de Batasuna y Eusko Alkartasuna. De ahí que ETA haya vuelto a recurrir al juego semántico para evitar la repetición mimética de los términos "permanente y verificable" que los mediadores y la IA le requerían. No es posible saber con exactitud si el alto el fuego va a ser permanente, o indefinido, o definitivo. No ha dicho ETA si ha renunciado al papel de garante y centinela que asumió en otras ocasiones, si está o no dispuesta a cumplir el compromiso de no interferir en el proceso, tal y como determinan los Principios Mitchel. Tampoco alude al carácter de "verificable" del alto el fuego tal y como exigen los mediadores y el polo soberanista. Y no lo cita porque para ETA verificable viene a ser lo mismo que irreversible y a día de hoy no parece contar con ningún dirigente de autoridad o carisma suficiente para pasar a la historia como el que apagó la luz. Como se ha dicho, las declaraciones de insatisfacción han sido mayoritarias desde los partidos de ámbito estatal y desde el Gobierno vasco. Empeñados en que ETA diga lo que ellos quieren que diga, no han sido capaces de valorar lo que de intrínsecamente positivo tiene que la sociedad sepa -en especial los que se sienten amenazados- que al menos puede respirar tranquila. Ambigüedades aparte, no hay que perder la esperanza de que el nuevo rumbo trazado por la izquierda abertzale ilegalizada acabe por arrastrar a ETA a un final definitivo de su lucha armada. No hay que perder la esperanza de que se atienda al requerimiento internacional y el diálogo, por fin, se abra. Si no se ha abierto ya.