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La crisis belga y la idea de Estado

La agonía del modelo federal en Bélgica es el paradigma de una corriente por la que la pertenencia a la superestructura europea hace resurgir la identidad, exige una mayor cercanía administrativa y supera la histórica configuración estatal

EL último capítulo de la repetida y grave crisis de gobierno que parece paralizar Bélgica en los últimos años, la dimisión presentada el jueves por el primer ministro Yves Leterme al rey Alberto II, quinta desde agosto de 2007 bien por la imposibilidad de formar un gobierno estable o bien por la incapacidad para mantenerlo; cuestiona seriamente la viabilidad de la fórmula que había permitido durante décadas la cohabitación de flamencos y valones dentro de una misma estructura estatal. De hecho, la inestabilidad institucional no es sino el reflejo del paulatino distanciamiento entre las dos comunidades que, curiosamente y por tradición e historia reciente, eran un ejemplo federal tanto por su convivencia dentro del Estado belga como por su aportación a la unidad europea con el germen inicial del Benelux, firmado aún en plena II Guerra Mundial, y su participación, tras el denominado Plan Schumann y el Tratado de París (1951), en la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) junto a Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo y Holanda (Países Bajos), primer paso del posterior Mercado Común. Por tanto, la agonía del Estado belga, admitida a regañadientes por el propio Alberto II dos siglos después de la formación de Bélgica a raíz de la revolución de 1830 y al de seis décadas de su configuración federal, apunta más allá de una mera crisis de Estado dentro de sus fronteras y refleja la decadencia de las actuales estructuras estatales en Europa, superadas por la conformación del gigante de 27 miembros y cuestionadas por el resurgimiento de un sentimiento de identidad ligado a la lengua, la cultura y las tradiciones históricas de los pueblos y naciones que esos miembros contienen. No es sólo Flandes, o la mayoría neerlandesa que supone el 60% de la población belga, es el fortalecimiento de las tesis nacionales en Escocia y Gales, el camino hacia la independencia de las Islas Feroe, el crecimiento electoral nacionalista en Córcega o en Bretaña, el surgimiento de tensiones regionales en Italia, especialmente en la Padania, o el desvanecimiento de las fronteras en prácticamente todo el Este europeo hasta dar lugar a la creación de nuevos Estados y a su reconocimiento internacional inmediato, además de las arraigadas y mayoritarias aspiraciones nacionalistas en Catalunya y Euskadi. En todos ellos, con sus lógicas peculiaridades y diferencias, se da la coincidencia de un fuerte sentimiento nacional combinado con la constatación de que una administración cercana sirve mejor a los intereses de la ciudadanía y a su bienestar y con la certeza de que es precisamente la superestructura europea la que, al mismo tiempo que convierte en innecesaria la pertenencia a una entidad intermedia, fomenta el arraigo a las peculiaridades de cada identidad y crea una corriente de superación de la idea de Estado tal y como se entiende ésta desde el siglo XIX.