EL proyecto de construcción del Guggenheim Urdaibai, por volumen de inversión, relevancia como tractor de regeneración de una comarca tan relevante en Bizkaia -y en toda Euskadi- como Busturialdea, posibilidad de conversión en nuevo emblema socio-cultural para nuestro país, carácter innovador y capacidad de atracción turística e impulso económico, parece merecer, como mínimo, un análisis mucho más profundo y detallado que el que ha sustentado hasta la fecha la inestable postura del Departamento de Cultura del Gobierno vasco, que dirige Blanca Urgell, para evitar un pronunciamiento favorable primero y cuestionarlo abiertamente después. Y merece, desde luego, menos declaraciones públicas que, lejos de aportar, corregir y mejorar el proyecto o, en su caso, razonar la crítica en base a evidencias; se limitan a alimentar una polémica que se antoja trufada de intereses y celos políticos y recuerda en mucho a la que en su día generó la construcción por Frank Gehry del museo bilbaino que hoy, doce años después de su apertura, ha desmentido rotundamente aquellas opiniones contrarias que, también aunque no sólo desde el ámbito socialista, se lanzaron cuando se gestó la idea. En ese sentido, la excelente acogida de los responsables de la Fundación Solomon R, Guggenheim al proyecto presentado ayer en Nueva York por el diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, y el director general de Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, no hace sino apuntalar la sensación de que son intereses ajenos a Busturialdea, Bizkaia y Euskadi los que fomentan una controversia a la que, de momento, sólo la parte promotora del Guggenheim Urdaibai ha aportado certezas en forma de datos, estudios e informes, siquiera preliminares. Plantear, como ha hecho la consejera Urgell, la negativa a un proyecto que, según análisis documentados, podría generar más de tres mil empleos, un impacto económico de 384 millones de euros y una aportación al PIB de 40 millones una vez en funcionamiento, en base a la situación económica no se antoja, desde luego, un ejemplo de la obligada labor de las administraciones en la búsqueda de soluciones ante la crisis. Hacerlo esgrimiendo el supuesto impacto ambiental de los 150.000 visitantes estimados anualmente, cuando en época estival la zona recibe un millón de visitas, implica al menos desconocimiento de la realidad medioambiental y sociológica de Urdaibai. Cuestionar las previsiones sin aportar un sólo dato que sostenga dicho cuestionamiento y tras haberse negado a recibir los informes preliminares ofrecidos por la Diputación de Bizkaia supone, además, un indicio de irresponsabilidad política. Y refutar la evidente relación entre los equipamientos culturales y la economía no sólo niega una realidad global evidente sino que adelanta una notoria incapacidad para la gestión pública de la cultura.
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