La política actual de cualquier rincón del mundo o de la comunidad internacional resulta tan difícil de desarrollar y entender porque hoy en día faltan los puntos de referencia -tanto los morales como los militares y económicos- que sirvieron de guía en las épocas “claras”.

Y si es cierto que los acontecimientos internacionales o nacionales son más imprevisibles que antes, también es verdad que en los comienzos del siglo XXI no existe ninguna potencia hegemónica ni ideología que haga bailar el mundo al son de sus intereses.

Lo que, bien mirado, tal vez compense la falta de consenso a la hora de convivir con mayores libertades de los grupos humanos menos numerosos, menos ricos y menos armados. Es decir, que tal vez ahora hay más libertades que en la época del Imperio Romano, el musulmán, los kanatos mongoles, el imperio victoriano o el mundo bipolar EE.UU. - URSS de la segunda mitad del siglo XX.

Posiblemente sean los Estados Unidos de Trump el lugar donde ese cambio lo notemos menos y nos duela más. Aquí, esta política confusa e irritante de Trump no sorprende tanto porque la sociedad tiene tal dinamismo y pragmatismo, que el día a día del americano de a pie se parece mucho a lo que va haciendo y diciendo su presidente actual: todo a impulso de corazonadas y posturas electoralistas mirando al tendido.

La contrapartida a este pragmatismo por encima de todo ha sido el rebrote de una intransigencia intelectual que parecía ya superada. La apelación trumpiana a los instintos más primitivos para hacerse con el poder genera en sus adversarios una reacción casi igualmente primitiva de radicalismo moral. Lo alarmante es que este planteamiento ronda la mentalidad de la caza de brujas, y a Trump y sus métodos no lo combaten ante todo con ideas y argumentos, sino con una intransigencia que ya tuvo un tristísimo protagonismo en Salem y sus famosas brujas ejecutadas en la horca

En Europa, donde la prepotencia de los grandes imperios o las ideologías abrumadoras tienen luengas raíces, la situación actual sí que pasma un poco. O un bastante, si se contempla el estallido de querencias centrífugas -nacionalismos irredentos o patriotismos excluyentes- e intolerancias absolutas. Pero tanto en los EE.UU. como en Europa Central y Occidental entonan lo de “los duelos con pan son menos” y sus crisis ni generan hambrunas o genocidios.

Quienes sí sufren, y mucho, están como siempre en el Tercer Mundo y las naciones en vías de desarrollo. Los talibanes afganos, el Estado Islámico de Irak, la guerra civil siria o la yemení han surgido en los vacíos de poder que la desaparición de las potencias hegemónicas de otrora han provocado en territorios que antes estaban totalmente controlados.

Las constelaciones políticas no son estables; por su misma naturaleza no pueden serlo. Pero el momento actual es sumamente fluido desde todos los puntos de vista -desde la falta de una ideología que entusiasme hasta la de una economía que imponga unas reglas de juego- y la predicción de su desenlace próximo es prácticamente imposible. Tanto, que la errante conducta y dialéctica de Donald Trump ya ni siquiera resulta llamativa.