Cuentan que el coleccionismo nació en la época egipcia, en los tiempos de Ptolomeo I (367 a. C.-283 a.C), el gobernante grecomacedonio que fue general al servicio de Alejandro Magno. La dinastía ptolemaica controló el país del Nilo durante tres siglos y en el Museion, la gran biblioteca de Alejandría donde se reunían poetas, eruditos, escritores y científicos de la antigüedad, recopilaban miles de libros. Estos primeros coleccionistas se movían por puro ego y tenían un afán propagandístico: querían demostrar al mundo que su civilización era tan culta, avanzada y prestigiosa como la que más. No hay apenas información de estos lugares. No se han encontrado restos arqueológicos y tampoco hay planos o bocetos. Quedan las descripciones de sus visitantes, caso del historiador y geógrafo Estrabon.

“Encierra un paseo, una exedra y una sala en la que se celebran las comidas en común de los filólogos empleados en el museo. Existen fondos comunes para el sostenimiento de la colectividad, y un sacerdote, puesto en otros tiempos por los reyes y hoy por el César, al frente del museo”. Al principio, el coleccionismo sirvió como forma de fijar el conocimiento a través de los libros. A partir del siglo XVI, los reyes, la iglesia y los nobles comenzaron a reunir todo tipo de objetos que consideraban bellos, valiosos o únicos. La burguesía tomó el relevo coleccionista con la caída del viejo régimen absolutista y el advenimiento de los sistemas liberales. Las entidades privadas adquirieron el mando de las obras de arte y surtieron a museos de todo el mundo. Desde entonces, el coleccionismo se ha desarrollado en infinidad de ámbitos. Se extiende y se multiplica abarcando todo tipo de contenidos, algunos de los cuales adquieren nombres específicos según la especialidad: numismática (monedas), cartofilia (postales), notafilia (billetes) hemerofilia (recortes de periódicos)…