Desde que Diego saltó desde un quinto piso, a su hermana le tortura el pensamiento de qué lo llevó a tomar esa decisión. La mudanza de México a Madrid, la ciudad donde reside su madre desde hace años trabajando como empleada doméstica, no ha sido como esperaban. Si es que esperaban algo. La escritora Brenda Navarro ahonda en todos los males que asedian a quienes se ven forzados migrar: el síndrome de Ulises y la xenofobia, la violencia y el desarraigo. Sin embargo, en las casi 200 páginas de Ceniza en la boca, la autora es capaz de entroncar estas cuestiones con otras igual de densas sobre la precariedad laboral de los cuidados, las maternidades atípicas, el feminismo caviar o la salud mental.Afirma que desde que escribió su primer libro en España se la trata de tú a tú por su capital cultural. ¿Hay más clasismo que racismo?

—No lo sé, pero siento que van de la mano. Tanto España como México comparten mucho en ese sentido, confundimos clasismo con racismo porque normalmente la gente racializada es pobre. Siento una gran diferencia entre la Brenda de antes de ser publicada y la que soy ahora, cuando se me abren todos los espacios con una gran sonrisa. Antes era una completa desconocida y no sé lo que pensaban de mí, pero por supuesto no que yo era una escritora en potencia.

Su libro es una oportunidad para que España y México hagan una autocrítica sobre las violencias que ejercen, ¿una desde el plano psicológico y la otra desde el físico?

—Ahora que fui a México, las lectoras me decían: “Nos hemos encontrado reflejadas”. Hay un reflejo de lo que significa ser hermanos en familias como las que somos y por supuesto hay feminicidios y desapariciones. En España sí siento que lo han sentido como “un puñetazo a la sociedad en la que vivimos” y eso a mí me congratula. No lo planee. Pensaba que sería menos bien recibida, aunque sé que es un público reducido, porque quienes leemos somos pocos con respecto a la población. Al menos están escuchando y eso es una gran cosa.

Su enfoque sobre los hijos que las personas migrantes dejan en su país de origen para tratar de buscarse la vida es rompedor: “Te ven como cuidadora, no como persona”, expone la protagonista.

—Las personas que cuidan bajo estas circunstancias son mujeres latinoamericanas, racializadas, y, además, con papeles no regularizados. Se les mira con una ciudadanía de segunda categoría. Hay una sensación de la clase media de que claro que lo pueden hacer ellas por un menor precio al que yo no aceptaría hacerlo. Es la herencia del colonialismo: hay quienes nacen para servir y quienes nacen para mandar. La verdadera crítica es que estas personas son humanas y hay un Estado que se está beneficiando de estos cuidados mientras no les permiten ejercer sus derechos civiles.

En ‘Ceniza en la boca’ saca los colores a la hipocresía del feminismo que para combatir el techo de cristal necesita que las migrantes cuiden de los hijos.

—Totalmente. Eso ocurre también en México. Es un feminismo de clase media. En España aprendí que no está bien hablar de igualdad entre hombre y mujeres, sino pensar en la equidad de oportunidades para todas las personas. Lo que estas feministas quieren es tener lugares de decisión de poder y estaría bien si no fuera porque esas decisiones de poder siguen oprimiendo a las personas precarizadas y pobres. En España y en México vamos de feministas pero dando la espalda a las personas que realmente tendrían que estar ocupando el espacio público.

La protagonista de la novela acepta ser interna por 450 euros al mes. ¿Por qué esa realidad, que existe, pasa desapercibido en los titulares?

—Recuerdo que cuando presenté el manuscrito me preguntaron: ¿Estás segura de esto? Yo les decía que, para empezar, era ficción, y si en mi ficción quieren pagar 450 me parece que está justificado. Lo que es más triste es que en realidad pasa, lo pregunté a gente que trabaja con trabajadoras domésticas, y puede ser menos. Lo que necesitan es sobrevivir porque se les cierran tantas oportunidades al no poder ejercer su ciudadanía que lo aceptan por el simple hecho de sentir que tienen algo. Aquí 300 euros no sirven para nada, pero si mandas 300 euros a un lugar donde la moneda está tan devaluada, sirven para algo.

En una entrevista, la escritora Gabriela Wiener reivindicaba que hay que dejar “de tratar a las trabajadoras del hogar, a las sudacas, como si fuéramos todas iguales, dulces panchitas, con ese racismo perverso que infantiliza, de una manera paternalista, nuestras vidas”. ¿Está de acuerdo?

—Creo que hay una visión así. Me suelen preguntar si para escribir este libro hablé con trabajadoras domésticas, y yo les digo que, como periodistas, tienen la oportunidad de poner luz en trabajadoras domésticas que tienen un discurso político súper potente: se están comunicando, creando redes y exigiendo sus derechos laborales. La única discrepancia que podría tener con Gabi, a la que aprecio un mon tón, es qué te importa que nos infantilicen si en la vida real estas mujeres nos están enseñando un montón.

Aboga por darles la palabra.

—La cuestión es que se ponga más luz sobre ellas, aunque mi gran miedo ahí es que se piensa: vamos a entrevistar a una trabajadora doméstica. Cuando deberíamos pensar en entrevistar a un ser humano que está luchando por sus derechos. No es lo mismo cuando te acercas a alguien de ciudadanía española que está peleando por sus derechos que con el sesgo de esta trabajadora es migrante.

¿De qué forma se juzga en los países latinoamericanos a las madres que dejan a sus hijos para trabajar en Europa?

—México es un país que expulsa migrantes a Estados Unidos y empezó con una migración masculina. Aún hoy, a estos hombres, que pueden haber tenido otras familias donde estén viviendo, se les tiene un gran respeto, porque han ayudado a que sus hijos salgan adelante. No minimizo lo mal que lo han pasado. Pero no hay esa visión con las mujeres: inmediatamente son abandonadoras, crueles, malas madres. Cuando en realidad han sido decisiones totalmente económicas, de no querer vivir una violencia estructurada.

Muchas latinoamericanas llegan con el sueño de poder prosperar y, al llegar a España, se dan cuenta de que es prácticamente imposible.

—No sé si vienen con el sueño de prosperar, pero saben que lo que tienen en sus países de origen es insostenible y que ganar pesos mexicanos o colombianos, no les ayuda. Si mandan euros puede ser un poco mejor. Vienen a sostener una familia de la misma forma que cualquier persona podría decir “me voy a Madrid porque ahí es donde hay trabajo”. El problema de América Latina es que no hay mercado laboral, y cada vez hay menos oportunidades por otra migración de la que se habla poco: empresas trasnacionales que hacen extractivismo de nuestros recursos naturales con peores condiciones laborales.

¿Por qué se da por hecho que una persona que llega de un país más pobre debe ser más resiliente?

—Sí, es un prejuicio de superheroínas. Las personas que no hemos nacido en Europa tenemos que demostrar que tenemos un superpoder para que se nos considere de tú a tú.

La salud mental tiene un peso importante en la novela, que aborda el suicidio de un adolescente. ¿Se debe hablar más de este tabú?

—El suicidio es un gran tema, no solamente por las repercusiones que tienen las personas que lo llevan a cabo, sino por los que se quedan. Quienes se están suicidando son personas que a lo mejor no han tenido oportunidad de hablarlo. No sé cuántas personas se quedarían si hablaran de ello, pero quizás podríamos entender cuáles son los mecanismos que activan esto que ocurre. En el libro de Émile Durkheim se describe como un hecho social que pasa siempre y que debería dejar de ser un tabú. Nunca sabemos cuando alguien va a suicidarse o si alguna vez vas a ser una suicida en potencia.

¿Y qué hay de la sensación de culpa que deja entre quienes se quedan?

—Cuando una persona se suicida, además de quitarnos la opción de compartir su vida, nos quita un pedazo de verdad. Nunca vas a tener respuesta. No tener respuesta me parece de las peores cosas que le puede pasar a la humanidad. Algo por lo que la sociedad debería moverse es la construcción de las muchas verdades. Porque si no hay grandes culpas y grandes mecanismos de control. Cuando hay culpa es difícil que afrontemos nuestros miedos y nos miremos a los ojos. Y cuando no nos miramos a los ojos no podemos exigir cosas.

La novela aborda también la soledad subyacente en las grandes urbes, donde las redes y los vínculos son mucho más limitados.

—Sí, las grandes urbes generan que se rompan las redes de barrio y las familiares. Todo es mucho más individual. Eso afecta a la construcción de las adolescencias e incluso a los adultos: también nos sentimos perdidos muchas veces porque echamos en falta el tener a personas y redes de cuidado. Las grandes urbes, con sus horarios laborales y sus estructuras, rompen esa búsqueda de estar juntos.

El desarraigo de la protagonista hace que finalmente no se sienta ni de México ni de España.

—El reto que le puse a la narradora es que entendiera que, a veces, la familia no es el mejor lugar de refugio. Pero eso no está mal. La vida es como es. Y lo que nos toca hacer es aprender a generar lazos afectivos con otras personas. Ella encuentra en Jimena a alguien con quien se siente identificada y también querida: es como su segunda madre.

¿Esa pérdida de la identidad es habitual en los migrantes?

—Cuando dejas tus orígenes y tienes que construir nuevos lazos afectivos tienes la oportunidad de construirlos de una mejor manera que lo que te habían enseñado. Está bien generar lazos afectivos en espacios en los que te sientas valorada y querida. Algo que me interesa como migrante es poder ser autónoma en mis decisiones, en las formas de relacionarme y de habitar el mundo. l

“En España y en México vamos de feministas pero dando la espalda a las personas que tendrían que ocupar el espacio público”

“Aquí 300 euros no sirven para nada, pero si mandas 300 euros a un lugar donde la moneda está tan devaluada, sirven para algo”

“Las personas que no hemos nacido en Europa tenemos que demostrar que tenemos un superpoder para que se nos considere de tú a tú”

“Cuando dejas tus orígenes y tienes que construir nuevos lazos afectivos tienes la gran oportunidad de construirlos de una mejor manera”