BILBAO. Jamás un conjunto de papeles encuadernados había suscitado tanta adoración como la que origina el libro, no tanto como objeto de culto sino más en consonancia a su significado simbólico como fenómeno cultural. Contenedor de palabras por antonomasia, más allá de su valor en la sabiduría colectiva, el libro como fetiche ha sido la fuente de inspiración para la última producción artística de Víctor Arrizabalaga. El escultor de Durango ha creado por primera vez -a pesar de haber desarrollado anteriormente varias series escultóricas- una secuencia de piezas esculturales desde un punto de vista temático.

Todas las obras de la exposición Otros libros que presenta el artista en la Sala Noble de la Biblioteca Foral de Bilbao hasta el 29 de diciembre están relacionados con los libros, la literatura y el lenguaje en general. La muestra, compuesta por 23 esculturas de distintos tamaños, 22 collages, dos impresiones digitales y una instalación, parte de una "perspectiva pop", ya que Arrizabalaga utiliza elementos "cotidianos descontextualizados para darles una visión divertida y alegre de la vida". Afirma que sus obras no son conceptuales, pero que detrás de las mismas hay una pausada reflexión, profundamente premeditada, que le ayuda a crear un lenguaje personal fácilmente identificable.

Sin embargo, su discurso teórico cuenta esta vez con la peculiaridad de que todas las esculturas de la muestra están acompañadas de poesías, cuentos o reflexiones -en la mayoría de los casos son textos inéditos-, de escritores como Bernardo Atxaga, Leire Bilbao, Harkaitz Cano, Unai Iturriaga, Miren Agur Meabe, Juan Carlos Mestre, Kepa Murua, Joseba Sarrionaindia, Kirmen Uribe o Mikel Varas. La relación entre las artes plásticas y la literatura se configura como una alabanza interdisciplinar al libro.

fetichismo "En este caso, los libros escultóricos son de hierro, de acero, y lo que pretenden es proyectar otra mirada sobre el libro como objeto icónico", explica el escultor. De esa forma, trata de llamar la atención sobre algo que está a punto de desaparecer: el libro físico en favor del digital. Según los vaticinios de Arrizabalaga, "siempre existirán los libros y habrá ediciones especiales muy cuidadas, pero en la literatura de consumo más habitual, se impondrá el libro digital". El artista durangués manifiesta que "muchos hemos disfrutado pudiendo subrayar, acariciar y tocar los libros", una posibilidad que se esfumará cuando el libro sea un objeto carente de propósito y adquiera otra connotación "como simple elemento de coleccionismo".

Se trata de un pretexto para la realización de piezas sugerentes y enigmáticas compuestas por paraguas, sillas y bicicletas de tamaño real constituidas por letras; infinidad de libros -grandes y pequeños, abiertos, semiabiertos y cerrados-, que pierden hojas, que caen desde cajas de cartón, o de los que penden componentes como un barco de papel, un sostén o unas gafas; casas sobre taburetes que sueltan rumores sin sentido por la chimenea.

modus operandi El escultor no oculta su fetichismo por los libros. De hecho, afirma que no es el único que siente esa predilección por los mismos y recuerda que Harkaitz Cano tituló uno de sus textos Duelo de fetiches; precisamente aquel que representa la escultura de un sostén sobre un libro abierto. "Como quien lee los posos de café, voy leyendo el futuro en las páginas que me marca la lencería, domésticamente, con el convencimiento de que la vida demanda constantemente renovadas supersticiones", relata el escritor guipuzcoano en sus cavilaciones.

La amplia relación entre la literatura y el arte ha sido una de los acicates para Arrizabalaga. En ese sentido, explica que "ciertas obras suyas han nacido porque ya existían ciertas poesías". Es el caso de los escritos de Atxaga y Sarrionaindia, que sirvieron de inspiración para el escultor. Pero la sugestión ha sido bidireccional. Es más, la mayoría de los textos fueron escritos a posteriori de que los escritores aceptasen la propuesta del durangués y tomasen sus obras como referencia. En cualquiera de los casos, el escultor asegura que el trabajo conjunto ha sido una experiencia "muy enriquecedora".

Arrizabalaga siempre parte de una idea, realiza el boceto y luego empieza la construcción de calderería: se han de cortar y soldar las piezas para luego pintarlas. La obra dedicada a la poesía de Atxaga, La muerte de las palabras, es la única que está sin color. "Me pareció que encajaba bien con el espíritu del título y que, además, tenía un componente pedagógico importante", justifica su elección el durangués. Le parece importante que el público sepa de dónde ha partido.

Saber de dónde parte la literatura quizás sea más difícil. El artista recuerda algo a tener en cuenta mencionado por varios de los escritores que han participado en su proyecto: "La poesía no sirve para cambiar la vida, pero sí para ayudarnos a vivir y darnos una visión distinta de las cosas". Se trata de "una forma especial de ver lo que nos rodea", comenta el escultor, quien detecta los pequeños detalles y los pone en evidencia; una tarea a la que los artistas son más proclives que el resto de las personas. Probablemente, esa sea la causa por la que sientan en su ser la nostalgia por el libro como objeto, antes incluso de que comience la tentativa de conversión del libro en reliquia.