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La resistencia de los viejos tiempos

Hay un caserío semioculto en la calle Iparraguirre, una vez cruzado el pasadizo del portal número 51 B, que fue carpintería de la Alhóndiga y que se ha negado a las bolas de demolición. Ahí sigue, en pie como si fuese de roble

La resistencia de los viejos tiemposFoto: Pablo Viñas

A Carl Fredricksen, aquel niño tímido que idolatraba al famoso explorador Charles F. Muntz Jr., se le rompieron los sueños de exploración cuando se quedó viudo de repente. Envejecido, viudo, solitario y gruñón habita en la misma casa en la que soñó junto a su mujer. Hoy se halla rodeada por un entorno repleto de rascacielos y edificios prominentes. Unos contratistas que trabajan en una zona cerca de la casa de Carl le han solicitado comprar su casa para ocupar el terreno en una nueva construcción, sin embargo el anciano se niega a venderles su propiedad. Un accidente provoca que le remitan una orden judicial en donde se le obliga a desalojar su casa para trasladarse a una residencia nueva. Al no haber otra alternativa, Carl ingenia inflar decenas de miles de globos de helio un día antes de ser desalojado, para atar la casa a estos y poder llevársela consigo en las alturas.

Imagino que habrán identificado el argumento de Up, la película de animación y aventuras producida por Walt Disney Pictures y Pixar Animation Studios y dirigida por Pete Docter. Sin llegar a semejante vuelo de la imaginación, la historia que hoy vengo a contarles tiene un parangón: un edificio del ayer, una huella del pasado que sobrevive hoy rodeado por edificios que le acechan a la altura del número 51 B de la calle Iparraguirre. Un estrecho portal, en forma de pasadizo, que da acceso a un mundo casi mágico que aún persiste. Allí la arquitectura de un viejo caserío resiste a los embates del progreso. Es cierto que en los últimos años se han realizado algunas remodelaciones pero el viejo espíritu pervive. Cuentan los vecinos mayores que aún recuerdan los días en los que les daba la luz y el sol que en sus tiempos tuvo, entre otros usos, el de taller de carpintería para las cubas y barricas de la Alhóndiga.

¡Ay, la vieja Alhóndiga donde tantas batallas vio! Si uno pudiese leer entre las piedras del caserío sería curioso escucharle. Oírle, por ejemplo, como, en su esplendor, el viejo edificio podía albergar a más de 600 trabajadores entre el sótano, la planta principal y las dos plantas superiores. En el centro, recuerda, se ubicaban dos patios divididos por dos puentes que daban lugar a cuatro espacios iluminados gracias a las claraboyas dispuestas en la terraza. El vino, procedente en un 80% de La Rioja, llegaba a Bilbao en tren y camiones. La estación de Amézola recibía las cubas y allí mismo se trasvasaba a barricas, que eran trasladadas a la Alhóndiga en camionetas. El vino entraba en el almacén a través del sótano, a la altura de alameda Urquijo. Aquí quedaba almacenado en depósitos, primero de madera y posteriormente de acero inoxidable y fibra de vidrio.

Llegó entonces la civilización. El cine Olimpia, por ejemplo, le tapó la luz pero le dio muchas distracciones. ¿Sería el viejo caserón testigo de aquella morrocotuda historia...? ¡Supongo que sí! Cuentan los primeros espectadores o cuenta la leyenda, tanto da, que en una de las viejas proyecciones se narraba la historia de Billy Batson, quien se transforma en el Capitán Marvel, el mortal más poderoso, cuando pronuncia el nombre del mago Shazam. Y al parecer, un espectador se lanzó desde el paraíso al patio de butacas al grito de ¡Shazam! Y no voló, claro que no voló. El cine Olimpia, en el 59 de la calle Iparraguirre, fue unos de los locales que rodeo a nuestro protagonista, el caserío preso en el tiempo.

No crean, no, que esa fue la única historia chiripitifláutica presenciada por el caserío. Otro de los edificios que le cortan el aire es el registrado, en esa manzana estranguladora, con el portal número 55. Allí sucedió lo siguiente: el 14 de junio de 1997 se inauguró, como regalo de las bodas de oro del pintor Benedicto Martínez a su esposa, la colección de cincuenta cuadros pintados por el artista y expuestos en el Museo Benedicto. Pertenecen a un género de pintura que su autor define como pintura filosófica. En la pinacoteca se pueden admirar igualmente una serie de esculturas en bronce donadas por amigos del pintor e inspiradas en los cuadros de diferentes escultores entre los que destacan José María Nazábal o Satur Peña. ¡Qué cosas no habrá visto!

Cuando aún le daba la luz de frente cuando aún los vientos del norte le azotaban, lloró la piedra. El 21 de mayo de 1919 se desató un incendio en el principal almacén de vinos y licores de Bilbao, en la Alhóndiga. A los graves destrozos se añadió la muerte del cabo de bomberos Alejandro Arechavala. La voz de alarma se dio alrededor de las cuatro y media de la madrugada. Un humo negro y denso salía por el tejado del edificio destinado a alhóndiga municipal. El asunto era grave y él no podía gritar a los cuatro vientos. Varios empleados se personaron en el lugar de los hechos y, con gran esfuerzo y riesgo para sus vidas, penetraron en el interior donde pudieron comprobar que el origen de las llamas estaba en el segundo piso. Poco tiempo después comenzaron a llegar las primeras dotaciones de bomberos que, previamente a desplegar todo el material de extinción, cortaron el agua de las calles aledañas para concentrarla toda en la zona del incendio. La situación, por su gravedad, exigía rapidez y medios. No era solo la magnitud del incendio lo que preocupaba, sino la gran cantidad de materiales altamente inflamables que se guardaban en su interior: vinos, aguardientes, productos de droguería. De hecho, el fuego se había declarado en la nave primera del segundo piso, lugar donde el almacenista Demetrio Montejo tenía el depósito de drogas. La catástrofe fue mayúscula y dejó otra leyenda tras de sí: la existencia del espíritu de un segundo muerto.

Es previsible que los habitantes de este caserío inquebrantable buscaron , tiempo después, refugio en los muros de la vieja alhóndiga cuando Bilbao fue bombardeada durante la Guerra Civil. O no. No hay huella escrita de la vida que ha visto este edificio singular. Invitándole a la imaginación a pensar en lo visto y lo vivido por este singular edificio, y vista la resistencia plantada a la ruina de los viejos tiempos, no cabe sino asombrarse con su historia. Con la vivida y con la que aún le queda. Si no ha caído hasta hoy, ¿qué lo derribará?