La cuna pesa, vaya que sí pesa. El protagonista de la historia que hoy vengo a contarles y a cantarles se llamaba Goyo Nadal y era hijo del célebre Antón Zal o Antón, el de los cantares, letrista inolvidable del carnaval bilbaino de principios del siglo XX, que escribía buena parte de las letras para las comparsas bilbainas, cobrándolas a perro gordo la copla, reuniendo hasta cuarenta duros “de aquellos” para así poder desempeñar los enseres del Monte de Piedad.

Goyo Nadal, mahatsorri de Begoña, desde muy joven perteneció a la histórica comparsa Subsistencia, que comenzaba así sus salidas: “De una mísera buhardilla, hemos salido a cantar, la comparsa Subsistencia los líos del carnaval. Al señor gobernador y a la Alcaldía saludamos con cortesía. A Don Diego López de Haro, que siempre se halla de pie y a Don AntonioTrueba, sentado, les saludamos también!”.

Aquel fue el arranque de un hombre ligado a las bilbainadas que gozó de fama y predicamento en Bilbao a mediados del pasado siglo. Tuvo por bandera un lema: “Se prohíbe cantar mal”, y en muchas tabernas de la villa podía leerse un cartel con esa inscripción que decía: “Se prohíbe cantar mal. Si usted cree que lo hace bien, puede hacerlo en la calle. Si le dejan los guardias”. Eran los tiempos de los txikiteros y las bilbainadas, no lo olviden.

“Yo me incorporé a Los Bocheros cuando Pablito Montoya y Antón Medina consiguieron sacarme de la cárcel de Deusto a la que fueron a parar mis huesos después de la guerra”, se le escuchó decir en alguna ocasión. Montó una empresa de limpieza de jocoso nombre, La Sinrival, que tuvo que dejar para ir a defender el cinturón de hierro de Artxanda como gudari. En 1939, aquel joven cantante bilbaino, Goyo Nadal, fundó un conjunto músico-vocal con la intención de desatar, con sus cuerdas vocales, la alegría y el buen humor. Nacían así Los Chimberos. Era el tiempo en que la bilbainada o chimberada despegaba de su entorno natural de las Siete Calles para rivalizar si fuese el caso, insolente, con el cuplé o la napolitana. “Cuando no teníamos contratos grabábamos discos publicirtarios en Casa Toña”, recordaba de vez en cuando.

Era aquel Bilbao familiar donde “todos se conocían y era acaparador y absorbente en todo, incluyendo la juerga. Las bulerías de Arrigorriaga o las habaneras al estilo Santurce, decían los castizos. Bilbao cantaba a todo y a todos: a aquel “ladino francés”, apelativo colocado por el mero hecho de abrir una peluquería en la Plaza Nueva, a sus pueblos, a sus platos típicos: el bacalao y la angulas; a las lecheras, a las sardineras, al mielero, a la castañera y al concejal del ayuntamiento. Ese era el mundo de Goyo.

Compuso infinidad de bilbainadas que le hicieron célebre. ¿Quieren un ejemplo? Bilbao y sus pueblos, la del estribillo que dice: “Y viste con elegancia la aristocracia en Neguri, pantalones de milrayas, al igual que los de Atxuri”, que compuso cuando a los peras del Abra les dio por llevar el tradicional pantalón botxero para hacerse los sietecalleros. Nada digamos del himno del Athletic de la posguerra, ese que comienza con el legendario verso del “Tiene Bilbao, un gran tesoro...”, y que cantaron generaciones enteras. Nació en un periquete por encargo de Ignacio Toña y se estrenó días después en el célebre recibimiento que se le tributó al Athletic tras quedar campeón de Copa en Chamartín, contra el Valladolid, con aquellos cuatro inolvidables goles de Telmo Zarra. Corría el año 1950.

El 29 de diciembre de 1998, murió en Sopuerta, a los 91 años de edad. “Para vivir mucho hay que cantar”, solía decir. En 2003 Bilbao le dedicó una calle que empieza en Ollerías Altas y termina en República de Begoña. Le hubiese gustado.